El Mallorca desafía a un Valladolid en plena crisis de juego, de resultados, de identidad y de autoestima. Lo que vendría a ser la crisis perfecta, esa que atenaza a los equipos, que los amordaza, que les anula de mente y de piernas. Pero siempre en toda crisis hay un momento de cierta mejoría, de volver a sentir pulso en la muñeca, de esperanza, de ilusión por cambiar cosas. Este domingo el equipo de Aguirre tratará de que esto no suceda y en Pucela (14:00 horas, Movistar TV) intentará atrapar un tirunfo reparador con el que reconstruir la figura y mejorar también sus números.
No lo tendrá fácil, entre otras cosas porque el equipo llega mermado por las bajas. Hay unas más importantes que otras. Por ejemplo las recientes de Dani Rodríguez y Nastasic, los últimos en llegar a la enfermería. A ellos se unen Copete, Gio, Baba y Agustinsson. Valjent es duda. Sí, pero no. No se sabe. De las seis bajas seguras perfectamente cinco podrían haber sido titulares en Pucela. Eso obligará a medir el fondo de amario e incluso a dar un nuevo giro al sistema. Indicó Aguirre ayer que se plantea jugar con cuatro atrás y formar una zaga con Maffeo, Raíllo, Dennis Hadžikadunic y Jaume Costa. El central llegado en el mercado de invierno será la primera novedad en el once. La segunda, la presencia de Manu Morlanes en la zona ancha. Dos jugadores que apareceran en un esquema que se asemejará al 4-4-2 con matices y que debe responder en un partido de máxima exigencia.
La cita en Zorrilla llega con el Mallorca inmerso en un serial de dudas nada bueno. Dudas en cuanto a su juego, que es lo peor de todo porque la suerte como dice el mexicano no puede entrenarse, y ante esto hay que fiarlo todo al orden, a la meritocracia en el terreno de juego, a ser mejor que el rival y a tener protagonismo con y sin balón. Equilibrio. Todo es cuestión de eso. De ir con valentía sin descuidar detrás y de estar vigilante sin olvidarse de que también es necesario pisar el área rival.
El conjunto bermellón pasa por esa fase de la temporada donde a su fútbol le falta una pizca de sal y pimienta.
Tiene buenas intenciones, los jugadores compiten y casi siempre lo hacen al máximo, pero el pase final no sale, el balón da en el poste y la tarjeta casi siempre cae del lado rojillo en lugar del rival. Cosas feas que suelen ir pasando cuando el balón no entra. No ha sido nunca un equipo extraordinariamente mordaz con la pelota, pero sí fiable. No ha gozado de una continuidad ni de un poder desbordante sobre el césped, pero sí que ha conseguido hacer muy incómodos los partidos al rival. No ha sido por lo tanto un grupo de grandes virtudes ni de talento desbordante, pero por momentos ha exhibido esa capacidad de superación en el campo donde cada jugador hacía mejor al compañero.
Toca volver a esos tiempos no tan lejanos y que dejaron al equipo en zona templada, incluso llegando a mirar arriba por si alguno tropezaba más de la cuenta. Pero esa magia se diluyó y los puntos empezaron a dejar de sumarse. Hace cinco jornadas que no consigue el triunfo y eso siempre genera incertidumbre.
Porque cuando eso sucede siempre asoma la otra cara de la moneda, esa dura, impertinente, fea y por momentos molesta en la que uno arriesga lo justo y asegura más de la cuenta. Pero ahora se trata de arriesgar, de ir, de querer el balón, de ser decidido y de ganar. Porque este domingo el partido ante el Valladolid es de esos que valen doble por lo mucho que uno puede ganar. Un triunfo supone abrazar los 36 puntos, pero además dejar más tocado a un rival directo.
Fuera de casa por un motivo u por otro siempre cae la tostada al suelo con la parte de la mantequilla. Algúna día cambiará, pero convendría que fuera en Pucela. Es más. Hay que provocar el cambio, hacerlo real y sumar tres puntos vitales.