El Mallorca postmundial se ha empeñado en ir despachando las jornadas subido a un tobogán. Metido en el salón de su hogar, junto a su gente, es capaz de minimizar al Atlético, de anular al Real Madrid o de golear al Villarreal. Fuera de su domicilio la cosa es muy diferente. Se ahoga en Getafe, entrega las armas antes del descanso cuando viaja a Cádiz y se desploma, de repente, ante un Espanyol que llegaba al encuentro como el segundo peor conjunto local de la Liga. «No sé qué le pasa al equipo fuera», contaba Muriqi sobre la hierba de Cornellà. Pues ya somos unos cuantos, Vedat.
Para ser justos hay que destacar que el partido del Mallorca en el campo del Espanyol está muy por encima de lo que habíamos visto en los últimos meses, aunque eso, a efectos prácticos, no sirve de mucho. La escuadra de Javier Aguirre cuajaba un primer tiempo notable y si no llega a reincidir en ciertos errores seguramente habría llevado el partido a su esquina para manejarlo allí a su antojo. Aunque más allá del fallo puntual de Rajkovic, el gran problema del equipo en el RCDE Stadium lo aireaba tras pasar por los vestuarios durante el descanso. La electricidad de Nico Melamed y una bajada de tensión colectiva le ponían cara a la pared y le obligaban a darle la vuelta al calcetín, con todo lo que eso cuesta. Pasado el mal trago de subirse a un avión, se acerca el colista, vienen dos partidos consecutivos en casa y la carretera vuelve a tirar hacia abajo. ¿O no?