Llegaron con las piernas repletas de cicatrices y la mente curtida en mil batalla en la elite. Superada la treintena y a pesar de ser tildados de 'locos' por algunos miembros de su cuadrilla de amigos, por sus familiares más cercanos, Salvador Sevilla López y Manuel Reina Rodríguez hicieron las maletas con la ilusión de dos adolescentes para emprender la aventura en el pozo de la Segunda División B y bajar al barro. A ese fútbol de bronce históricamente asociados a niños que empiezan o a veteranos que quieren matar el gusanillo y al que el Real Mallorca había vuelto tras varias décadas desfilando por las mejores pasarelas del Planeta Fútbol.
Irrumpieron en el vestuario con voz autoritaria y galones, pero también con humildad y modestia. Sin mirar a nadie por encima del hombro a pesar de su hoja de servicios. La opinión generalizada les veía como dos 'vacas sagradas' que habían encontrado en la Isla un retiro dorado... Nada más lejos de la realidad. Un lustro, tres ascensos, algún descenso y una permanencia después, el virgitano y el trabuqueño dejan el club con los ojos empapados en lágrimas y convertidos en dos iconos de la última época de la entidad. Aquella que prendió mecha al lado de la piscina municipal de Peralada y que culminó en Pamplona con un triunfo de órdago y una salvación ganada a pulso. Y con Sevilla como máximo goleador y Reina como el autor de paradas salvadoras en las últimas jornadas que sirvieron para mantener la categoría, pero no para que estos dos 'viejos rockeros' siguieran tocando en la banda una temporada más.