El mismo entrenador que se echó al Mallorca a la espalda para llevarlo de vuelta a la cima estableciendo una plusmarca de puntos se va diez meses más tarde acribillado por una serie de resultados insoportable. Se ha vaciado, lo ha intentado hasta el final y se ha mantenido como el último técnico en pie de la trastienda de la Liga, aunque el estado de la plantilla y el rumbo que había tomado han provocado que lo acabe arrastrando la marea. Curiosamente, a Luis García Plaza le toca recoger los bártulos después de pasar solo dos días en puestos de descenso de los casi 600 que ha consumido como entrenador bermellón. Porque el fútbol no perdona. Sobre todo cuando aflora la primavera y las cuentas no cuadran.
Con Luis García se larga el líder natural de un proyecto ensombrecido ahora por la falta de acierto y una figura que, durante casi dos años, había ido absorbiendo otros cargos y funciones. Con la propiedad afincada en el lejano oeste americano y en un club que en demasiadas ocasiones parece descabezado, a él le ha tocado ejercer como entrenador, como nexo entre una afición a la que no pudo conocer hasta muy tarde y como portavoz a todas las escalas.
Su último servicio a la causa lo realizó horas antes de viajar a Barcelona, abrigando públicamente a Pablo Maffeo por las críticas que había recibido desde Madrid tras su entrada sobre Vinicius. Ahora es el vestuario el que debe apechugar y terminar de cerrar el círculo. Porque el fútbol, además de no perdonar, tampoco tiene memoria.