Un partido ganado de cada cinco disputados, solo 30 puntos en la cartera, menos de un gol por encuentro de media... Además de ser uno de los conjuntos más planos y vulnerables de la liga, el Mallorca actual representa también a su versión más negra de los últimos 35 años. El club, que desde el año 1981 siempre ha tenido su residencia entre la Primera y la Segunda División, nunca había atravesado este punto kilométrico en un estado tan deplorable, con tan pocos argumentos encima y frente a unas vistas más desoladoras.
Rodeado por el fuego y arrinconado en la celda de castigo desde finales de febrero, cuando el Tenerife le crujió los huesos en el mismo salón de su casa, el cuadro de Olaizola se arrima a las estaciones decisivas con la mente bloqueada y sin apenas provisiones encima. Por delante, doce jornadas de incertidumbre y siete posibles duelos directos. O lo que es lo mismo, casi tres meses de agonía.
Cada año menos puntos
En el medio año que lleva bajo tierra el Mallorca ha acentuado esas gráficas a la baja que han recogido sus números desde el descenso. Tomando como referencia la jornada actual el empobrecimiento del club desde el punto de vista deportivo queda totalmente a la vista. Sumaba 40 puntos en 2014, 37 en 2015 y 34 en 2016. Año tras año ha ido descendiendo un escalón y amplificando una serie de problemas que no han podido subsanar ni los entrenadores que han ido desfilando por el banquillo de Son Moix, ni los jugadores que han superpoblado el vestuario, ni los dirigentes que han seguido el proceso de descomposición desde el palco. Poco han importado los continuos cambios que le han ido zarandeando en todas sus plantas. Obsesionada con mirar hacia arriba y con volver a sentirse importante desde que empeoró su rango, la caída libre de la SAD no se interrumpe.
Un balance sonrojante
Solo seis victorias en 30 partidos ha celebrado el Mallorca desde el pasado mes de agosto. Cuatro siguiendo la estela de Fernando Vázquez y las dos últimas durante la era Olaizola. Cinco en Son Moix y solo una más allá de sus muros. El dato, escalofriante desde cualquier prisma, recuerda que el Mallorca tiene sus males tatuados por todo el cuerpo, y que deberá darle un vuelco radical a su personalidad para evitar un hundimiento que bajo las coordenadas actuales parece cantado. Los precedentes anuncian que la permanencia se vende en torno a los 50 puntos, un listón que este año podría perder altura. Sea como sea, el Mallorca necesita recopilar entre 15 y 20 puntos en la docena de finales que aguarda. Por debajo de esa cifra las cuentas no cuadran y el equipo está destinado a dar otro salto al vacío. A abrir una trampilla hacia lo desconocido. Hacia otro agujero negro.
Retroceso en el tiempo
Echando un vistazo por el retrovisor el sonrojo se agudiza. Los datos que envuelven al Mallorca no solo son los más enclenques y enfermizos del último bloque en Segunda, sino que están muy por debajo de los que venía componiendo el equipo desde comienzos de los ochenta. En los noventa y coincidiendo con otro gran baño del equipo en plata, vivió casi siempre acampado en el hemisferio norte de la liga y peleando por hacerse un sitio en el ascensor. Una situación que se había producido también en las escalas previas, que nunca superaron el plazo de las dos campañas.
Un balcón a lo desconocido
Flirteando con la miseria y sin el abrigo de los puntos, el Mallorca se expone a uno de los golpes más duros de su historia y a un impacto contra lo desconocido. En sus 101 años de vida solo ha pasado dos en Segunda B y en ambos casos el paso fue efímero. El primero, tras la creación de la categoría (1977-78) y el segundo (1980-81) viniendo de Tercera.