La tensión del tramo final de la temporada comienza a desbordarse y el pasado sábado alcanzó cotas desconocidas hasta la fecha. El presidente del Real Mallorca, Gabriel Cerdà, tuvo que abandonar el bar en el que seguía la final de la Liga de Campeones en el Port de Pollença después de haber sido víctima de insultos y de un intento de agresión por parte de un grupo de aficionados. Así lo refleja la denuncia que formuló el propio Gabriel Cerdà a la Policía Local de Pollença después de abandonar el establecimiento en el que se encontraba al advertir que corría peligro su integridad física.
La noche del sábado resultó especialmente tensa para el presidente bermellón precisamente en el municipio del que es originario. Gabriel Cerdà se disponía a seguir el pulso por la Champions entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid cuando, según el relato del directivo, recibió insultos como «corrupto» o «hijo de p...» por parte de algunos aficionados mallorquinistas presentes en el local.
Salida
No solo fueron improperios lo que recibió el accionista del Real Mallorca, ya que también aseguró ante la policía que le habían lanzado un objeto, presuntamente un cenicero. Gabriel Cerdà no llegó a precisar si había sido un cenicero o un servilletero, pero dicho intento de agresión fue determinante para que optara por dejar el establecimiento ubicado en el Port de Pollença al temer que la situación se desbordara y fuera a mayores.
Fue entonces cuando optó por denunciar los hechos a la Policía Local de Pollença, que se personó en el establecimiento para esclarecer el suceso e identificar a los presuntos agresores. Finalmente, no se produjo ninguna detención.
El presidente del Real Mallorca, que ha acaparado una notable porción de las críticas de la masa social mallorquinista por la trayectoria de la entidad y la convulsa situación institucional, vivió uno de los episodios más acalorados desde su irrupción en el primer plano de la entidad mallorquinista. Y es que el pasado mes de febrero, Cerdà ya comunicó su intención de no asistir al palco de Son Moix precisamente para «apaciguar la crispación existente entre los mallorquinistas».