25 de marzo de 2004. Palma. Son casi las once de la noche y mientras las gradas de Son Moix se van despejando, unos 3.000 aficionados británicos que pintan de blanquinegro el fondo norte del estadio celebran, alborotados y entre sombreros mexicanos, una plácida victoria del Newcastle. Festejan, básicamente, los dos tantos que ha marcado minutos antes Shearer o el balón que ha empujado a la red Craig Bellamy, porque la acreditación de acceso a los cuartos de final de la Copa de la UEFA ya la llevaban colgada al cuello cuando salieron de casa. Allí, catorce días antes y entre las paredes de Saint James' Park, el conjunto del norte de Inglaterra había golpeado con violencia al Mallorca de Luis Aragonés, despistado por sus problemas domésticos y estremecido por los atentados del 11-M. El equipo se largaba de Europa por la puerta trasera, en silencio, con solos unos pocos seguidores rojillos como testigos. Los focos se habían apagado de golpe. Y en toda una década no han vuelto a encenderse. Nunca más.
Condenado a vivir en el sótano del fútbol español y envuelto todavía por un manto de problemas institucionales, el Mallorca cumple hoy diez años apartado del escaparate europeo. Una década de destierro que en cualquier caso ayuda a resaltar el grato sabor de sus casi seis años de excursión continental, los mejores de toda su vida.
Siete entrenadores
Desde que puso al contador a cero en Edimburgo y con siete entrenadores al volante (Cúper, Gómez, Vázquez, Krauss, Kresic, Pacheco y Aragonés), desfiló junto a los más grandes y circuló por todas las carreteras posibles. Desde las amplias avenidas de la Champions a los caminos sin asfaltar de la Intertoto. Durmió en ciudades de postal como Londres, Montecarlo, Moscú, Atenas, Estambul, Amsterdam, Copenhague o Bruselas, pero también en localidades como Teplice, Olomouc o Piatra Neamt. Expuso su obra en auténticos museos futbolísticos, como el antiguo Heysel, el Ali Sami Yen, Stamford Bridge o el desaparecido Highbury, donde firmó acta de defunción en la Liga de Campeones tras un incomprensible error de cálculo. Fueron apenas cinco temporadas de viaje, pero dejaron un inmenso baúl de recuerdos que ilustrarán los mejores pasajes del centenario que se aproxima.
El Mallorca, al que la propia UEFA privó de volver a Europa hace ahora tres años y medio después de una temporada impecable, tocó el cielo en su primera experiencia, cuando se le escurrió entre los dedos y bajo la lluvia de Birmingham la última Recopa que salía a subasta. Después llegaron el tanto de Tristán en el Amsterdam Arena, la goleada al Mónaco o el bautismo en la Champions contra el Arsenal. Toda una serie de grabados que no tienen cabida en el club actual, pero que permanecerán para siempre en la retina del mallorquinismo de base.