Con el balón en movimiento y el equipo combatiendo a pie de campo para cosechar tres puntos que le distanciaran de los suburbios de la clasificación, la batalla institucional del Mallorca se trasladó esta vez a la grada. La nieve y el frío redujeron el número de espectadores (no se llegó a los ocho mil según las cifras facilitadas por el club, a pesar de que el Betis es uno de los equipos que tradicionalmente arrastran más seguidores en la Isla), pero eso no impidió que en algunas zonas del estadio sobresalieran algunos mensajes significativos en forma de pancarta. No obstante, para apreciar las más llamativas de todas había que estar muy atento y, sobre todo, tener buenos reflejos. Más que nada, porque el club había ordenado retirar al instante cualquier elemento crítico contra la gestión de Llorenç Serra Ferrer. Y así se hizo. A plena luz y sin disimular lo más mínimo. Mientras los carteles favorables al pobler se pasaron más de dos horas a la vista de todo el estadio, otras fueron arrancadas en cuestión de segundos por los guardias de seguridad y enterradas después en las entrañas del recinto por algún empleado bien aleccionado.
Serra sabía que se exponía a un plebiscito ante el mallorquinismo militante. Las impresionantes lagunas de su gestión y esa baterías de escenas surrealistas que ha ido protagonizando en el último año y medio tuvieron una triste continuidad durante la semana previa a la visita del Betis y estaba al corriente de que la grada iba a rebelarse de alguna manera. Ante eso, decidió cubrirse las espaldas con una dictatorial consigna que se hizo visible en pleno nacimiento de la jornada. Una enorme pancarta con el lema «Dimisión Serra» fue instalada en el fondo sur del estadio, pero en cuanto fue detectada por los guardias de seguridad éstos la retiraron a tirones para dejarla posteriormente en el suelo y cederle el testigo de la operación a otro empleado, que la recogió minutos después para esconderla y, casi con toda seguridad, destruirla. Así funciona ahora el Mallorca de Serra.