Cuando parecía que el Mallorca estaba empapado de la doctrina Caparrós , apareció el Sporting. El equipo asturiano, seguramente el que más a gusto se ha sentido en Son Moix durante los últimos años, ha vuelto a entrometerse en la vida de los baleares para recordarles que aún tienen trabajo por delante. Demasiado. La luz que había entrado en el vestuario tras los empates ante Valencia y Atlético de Madrid ha vuelto a apagarse y el grupo bermellón se enfrenta ahora a un reto de tamaño industrial: ponerse de pie en el Camp Nou y mantener siete días después el equilibrio frente al Sevilla. En otras palabras, el más difícil todavía.
Hasta ahora, el Mallorca había sorteado con firmeza los principales obstáculos de su recorrido por la alta montaña. Seguía acusando la fase de transición y mostrando alguna que otra laguna, pero mantenía el tipo y parecía que había aprendido a gestionar las situaciones de riesgo. Sin embargo, la representación ante el Sporting lo ha vuelto a resetear todo. El torniquete de Caparrós ha logrado contener la hemorragia que sufría el equipo a balón parado, pero casi al mismo tiempo la zaga se descosía por uno de los costados y las bajas agujereaban la parcela central. ¿El resultado? Una función decepcionante, tres puntos al limbo y otro puñado de dudas.
A pesar de todo, el Mallorca también redactó varias líneas para la esperanza. Forzado a tirar del carro y a cargar con la iniciativa del juego ante un contrincante de su tamaño, el cuadro isleño cuajó un nacimiento de partido magnífico, probablemente el más completo de esta primera parte del curso. Mandó al Sporting a la cueva, empezó a fabricar oportunidades y, sobre todo, se reencontró con el gol en movimiento. Hacía más de un mes que todos los golpes que le propinaba al rival procedían del punto de penalti y cuando crecía la sensación de que el mal iba a enquistarse, Pereira levantó la mano. El francés, que está ansioso por instalarse de forma definitiva en el once, no sólo fue uno de los mallorquinistas más destacados de la jornada. Además, asistió a Castro con un centro de lujo y abrió la puerta del triunfo. La misma que iba a cerrarse justo después al elegir un camino equivocado... Y es que, al margen de los gazapos defensivos que desembocaron en la victoria sportinguista, el otro gran pecado del Mallorca fue su propia actitud. Con el marcador de su lado y el viento de cara, los de Son Moix nunca llegaron a echarle el lazo al partido y permitieron que el conjunto asturiano se fuera incorporando poco a poco, hasta que el tanto de Mate Bilic y la aparición de Joao Victor lo precipitaron todo.
Archivado el error, toca volver a levantarse y arremangarse en busca de una reacción, probablemente la más compleja de todas.