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El Mallorca le saca los colores a Manzano

Los jugadores del Real Mallorca celebran el primer gol de su equipo, conseguido por el francés Michael Pereira. | Efe

| Sevilla |

Sevilla 1 - 2 Mallorca


Sevilla: Palop; Dabo, Alexis, Escudé, Luna (Romaric, m.80); Pablo Alfaro (Luis Fabiano, m.46), Renato, Cigarini (Konko, m.46), Perotti; Kanouté y Negredo.

Mallorca: Aouate; Pau Cendrós, Ramis (Rubén, m.58), Nunes, Ayoze; Pereira (Nsue, m.67), Martí, De Guzmán, Joao Víctor; Webó y 'Chori' Castro (Kevin, m.90).

Goles: 0-1, M.36: Pereira. 1-1, M.88: Luis Fabiano. 1-2, M.90: Webó.

Àrbitro: Antonio Miguel Mateu Lahoz (Comité Valenciano). Amonestó al visitante Nunes (m.26) y a los locales Alfaro (m.29) y Luna (m.80).

Mucho tiempo después, el fútbol ha sido justo con el Mallorca. Víctima de una profunda metamorfosis desde el pasado verano, el equipo bermellón se topó ayer por primera vez con una parte importante de su pasado y le recordó, en voz muy alta, que sigue habiendo vida tras su marcha. Los baleares, con Laudrup en el banquillo y visiblemente reforzado con varios elementos antaño olvidados, le dio una lección al Sevilla y le sacó los colores a Manzano. Un gazapo pueril con el final a la vuelta de la esquina estuvo a punto de invalidar el gol con el que Pereira, uno de los proscritos del técnico jienense, había volteado el Pizjuán. Hasta que salió de la nada Webó para ponerlo todo en su sitio y subrayar la venganza en otro escenario enorme. Mejor, imposible (1-2).
De entrada, el Mallorca se presentó a su cita con Manzano sin un solo complejo encima, como si fuera él el local, el favorito, el grande. Presionando muy arriba al conjunto hispalense, moviéndose bajo las directrices de De Guzman y con Pereira rajando el flanco izquierdo de la zaga andaluza, los de Laudrup narcotizaron al anfitrión y comenzaron a asestarle golpes. Solo en los primeros dieciséis minutos, los bermellones moldearon hasta cuatro claras oportunidades que pusieron a prueba los guantes de Palop y sonrojaron a los centrales que tenía unos metros por delante, desbordados en todo momento por la cantidad de recursos bermellones.

Con esos ingredientes, la primera media hora resultó una delicia para el mallorquinismo. El equipo gestionaba a tiempo completo la posesión del balón. Hacía y deshacía. Mandaba y manejaba los hilos del encuentro a su gusto, tratando al Sevilla como un muñeco de trapo mientras su entrenador se desencajaba en la banda y el Pizjuán murmuraba. Del conjunto de Nervión no había ni rastro y solo faltaba un detalle: el gol. Llegaba con una facilidad asombrosa a la orilla hispalense y Aouate seguía sin aparecer en ningún plano, pero sus ocasiones se oxidaban en los últimos metros. Tanto, que una vez cubierto el primer tercio del combate dio la sensación de que la escuadra blanca iba a incorporarse. En cualquier caso, también lo intuyó el Mallorca, que le mandó otra vez al suelo con violencia. Castro, que llevaba todo el duelo abriendo una zanja por la banda izquierda, halló un hueco desde el que asistir a Pereira y el francés, cuya progresión se multiplica jornada a jornada, no falló. Golazo, con dedicatoria incluida (minuto 36).

El tanto amplificó los silbidos del sevillismo y propició que los de Manzano se levantaran de la cama. Lo hizo con un disparo de Kanouté que había fabricado contra la corriente y Aouate tuvo que arremangarse después para desviar con la yema de los dedos un centro cargado de cianuro. La reacción local se concentró en un epílogo de traca. Sobre todo, porque un desliz del guardameta rojillo desembocó en una doble oportunidad que culminó mal Perotti.

Manzano, viendo que el partido se le iba de las manos, retrasó a Kanouté y reformó su once con dos cambios en el descanso que asearon su costado derecho y doblaron la munición de su grupo. El Sevilla captó el mensaje y volvió a la arena con otra mentalidad. Los andaluces inclinaron el terreno de juego y metieron al Mallorca en su área, donde volvieron a lucir sus virtudes defensivas. Pese a todo, era imposible controlar todos los arreones y Luis Fabiano rozó el empate. Lo pasó realmente mal el conjunto de Son Moix durante un buen tramo, pero se asentaron sus cimientos y no llegó a perder nunca la perspectiva del partido. Además, emergió la figura de De Guzman, que pausaba el combate o lo aceleraba si observaba la posibilidad de proyectar un contragolpe. Después de hacerlo un par de veces, la efervescencia del Sevilla era notable. Se asustó el once de Manzano al comprobar que le escaparía definitivamente el choque, pero como tampoco tenía otra salida siguió probando. Eso sí, sin demasiado criterio, atacando en manada. Todo parecía bajo control, pero mientras el Mallorca se revolvía y se defendía con todo, un error infantil estuvo a punto de mandarlo todo al traste. Martí quiso salir jugando el balón, lo perdió en la frontera del área y Luis Fabiano, a tres minutos del cierre, selló la igualada de forma cruel. En ese momento, el dolor era absoluto.

Sin embargo, se le abrió el cielo al conjunto de Laudrup cuando la persiana estaba casi en suelo. De Guzman botó una falta escorada a la izquierda y ahí apareció un inmenso Pierre Webó para cabecear la pelota, superar a Andrés Palop, silenciar el Sánchez Pizjuán y empujar a Manzano al interior del banquillo. La venganza se había consumado. Era el momento de celebrarlo.

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