Se acaba una nueva edición de La Vuelta y se repite otro podio de Enric Mas. El corredor de Artà nos está malacostumbrando a pasearse por las carreteras de la Península como si fuera su casa. Como siempre, algunos tendrán la necesidad de exigirle más, y no en vano, pues él mismo se ha mostrado ambicioso justo al acabar la etapa, afirmando que «estoy contento, pero con el resultado final, pero quiero seguir mejorando» y está claro que después de tres segundos puestos en los últimos cinco años dan para soñar en rojo.
Hoy era un día especial para él, pero también lo era para los que lo seguimos desde hace años. Aquellos que dimos las primeras pedaladas a su lado en el polígono de Artà, aquellos que nos alegramos cuando volvió del campeonato de España júnior de contrarreloj siendo el mejor del país, los que lo vimos pasar por la Fundación Alberto Contador, fichar por Klein Constantia, ganar en Algarve y los que lo vimos en Arrate alzar los brazos por primera vez como profesional. Los mismos que también lo seguimos desde su floración en La Vuelta. Tanto es así, que hoy nos hemos congregado casi todos. Hemos tenido claras las prioridades y nos hemos desplazado a Navacerrada para animar a Enric en lo que podía ser el mejor día de su vida, con el permiso de Maria Bel.
Y no nos vamos de rojo, pero nos vamos con la cabeza bien alta. Desde lo alto de la estación de esquí de Navacerrada hemos seguido la etapa en un pequeño televisor de un bar de esquiadores, cambiados por maillots y culottes y multitud de aficionados, prensa y Guardia Civil. Allí reinaba sin duda una tensión constante por la oportunidad que teníamos delante. Desde el fortín en el que hemos convertido aquél bar alpino hemos sabido que si Remco no fallaba el rojo no estaba al alcance, y no parecía que pudiera fallar cuando hemos visto que respondía con cierta facilidad a todos los ataques de Enric en el penúltimo puerto se la jornada.
Unos minutos más tarde hemos abandonado la sala para ir a vivir el final en la carretera y aplaudir a todos y cada unos de los gladiadores que iban llegando justos de fuerzas, como no podía ser de otra manera, después de la batalla librada durante tantos días. Enric ha pasado por delante nuestro en el momento en el que lanzaba la bici para alcanzar el mejor puesto posible en la etapa y ni nos ha llegado a ver.
«Dios, parecía que iban en llano» decía uno, «hostias, qué carita de demacrados llevaban todos» comentaba otro. Lo que queda claro, cuando los ves de tan cerca, es que todos van dándolo absolutamente todo. No es así para aquellos que ya no disputan nada, y por eso, y después de seguir el final a través de la pantalla gigante de meta, ha sido cuando ha empezado la verdadera fiesta. Nosotros ya estábamos más tranquilos, sabiendo que Enric, una vez más no había defraudado y hemos empezado a animar a todos y cada uno de los ciclistas que pasaban en pequeñas grupetas, generalmente montadas ya no por equipos, sino por nacionalidades o afinidades de cada uno.
Ya casi al final ha llegado otro conocido de la casa, Lluís Mas, quién también se ha alegrado muchísimo de vernos y al que hemos animado como al primero. Después de todo el protocolo de carrera, Enric ha venido a darnos un sentido abrazo a modo de agradecimiento y jornada terminada. Nosotros a bajar el puerto y él directo al autobús.
Así (este domingo) termina otra vuelta, súper especial para nosotros en la que más que nunca, nos hemos quedado con la miel en los labios.