El deporte es denominador común de nuestra sociedad y cada vez tiene un peso mayor en nuestras vidas. Por eso, los vestigios que va dejando su paso a lo largo de décadas son referencia y exponente de un fenómeno social que se desarrolla, evoluciona y se transforma, pero en absoluto residual o prescindible. Hasta finales del siglo pasado España mantuvo un retraso manifiesto en cuanto a práctica, resultados e infraestructuras respecto de Europa (los Juegos Olímpicos de Barcelona '92 fueron clave para revertir la situación). Por ello son escasas las instalaciones deportivas representativas de un proceso histórico y sociológico que abarca más de un siglo y en el que el deporte surge y penetra en nuestra sociedad para quedarse definitivamente.
Varios son los ejemplos más destacables. Ahí están los trinquetes Pelayo (Valencia, 1868) y Gros (San Sebastián, 1884); el Frontón Beti-Jai (Madrid, 1894); el Autódromo de Terramar (Sitges, 1923) y el Estadi Olímpic Lluís Companys (Barcelona, 1929), solo por relacionar los casos más destacables. Todos ellos monumentales reliquias referentes en su tiempo que en algún momento pudieron ser demolidas y desaparecer, fruto del desconocimiento, el abandono y el olvido. Hoy son elementos patrimoniales de referencia que documentan e ilustran la trascendencia histórica del deporte, como testimonio de una época y una sociedad de la que somos herederos y descendientes.
Las administraciones no suelen ser sensibles al patrimonio ni la conservación. En ocasiones la iniciativa privada es sensible al patrimonio, como el caso del frontón Pelayo (reconvertido en gastrobar) o el Autódromo de Terramar (en proceso de rehabilitación), acometiendo procesos que combinan usos modernos y tradición. En otras ocasiones los estudios de arquitectura son los que marcan la pauta con proyectos que combinan modernidad y preservación (por ejemplo, el proyecto de los arquitectos Correa, Milà, Margarit i Buxadé hizo viable salvar el ruinoso Estadi Olímpic de Barcelona, en lugar de abordar su derribo en los años 80). Pero no siempre es así.
Frecuentemente ha de ser el ciudadano de a pie quien con pocos recursos pero mucha tenacidad pelee recuperar lo que el olvido y la desidia borra de nuestra historia, pacientemente y superando barreras a priori insalvables. Un caso muy destacable es la plataforma ciudadana 'Salvemos el Frontón Beti-Jai', que creada en Madrid en 2009 consiguió salvar el frontón homónimo, entonces en manos privadas, que sería derribado para construir un hotel. Peleándolo obstinadamente durante años lograron que el edificio fuese catalogado y adquirido por el Ayuntamiento de Madrid; una década después, el Beti-Jai luce rehabilitado y espera volver a acoger partidos de pelota como cien años atrás. No obstante, otros elementos siguen olvidados o ruinosos por falta de manos suficientes dispuestas a batallar por ellos, perseverar y sin ninguna garantía de éxito al final del camino.
En Palma hay otro elemento que añadir a la relación citada y de similar valor: el Velódromo de Tirador (1903). Así, Palma se encuentra entre las ciudades de referencia que vieron nacer y desarrollarse uno de los elementos deportivos de referencia del Estado, a la altura de Barcelona, Valencia o Madrid. Tirador fue sede y catalizador del avance social a través del deporte y constituye una de las joyas más representativas del patrimonio deportivo español.
Pero hoy, a diferencia del resto de elementos, Tirador no se ha rehabilitado ni está en vías de recuperación. Ya está catalogado; un primer paso, imprescindible. Es municipal desde 2015 y se proyectó su conversión en zona verde manteniendo su estructura; otro paso en la dirección correcta. Pero languidece desde su expropiación: fue okupado en 2018, el mantenimiento es inexistente, se encuentra lleno de basuras (foco de infecciones) y malas hierbas (riesgo de incendio).
Cualquier día llegará la noticia de que deba ser apuntalado por amenaza de ruina, y quizá derribado.
En 1921 Tirador era el velódromo más prestigioso de España y un año más volvería a acoger las pruebas del Campeonato de España. Sin embargo, llegó la debacle. El 2 de octubre se corrió el campeonato de medio fondo y una serie de disputas y malentendidos durante la prueba desencadenaron las hostilidades: Tirador fue descalificado hasta 1925.
Confinado
El mejor velódromo de España permaneció confinado cuatro años en medio de disputas, envidias, malentendidos y los principales perjudicados fueron deportistas y aficionados; en fin, la ciudadanía.
Cien años después la situación es similar. Tirador se encuentra atrapado por la burocracia, la ineficacia y la okupación. Un caso de patrimonio que, por muy público que sea y catalogado que esté, agoniza por la lentitud en los procesos, inoperancia en la ejecución y burocratización de los trámites. Costó mucho concienciar de su valor, difundir su existencia (muchos pensaban que había desaparecido), divulgar su valía como elemento singular y su relevancia como templo del ciclismo en España y Europa para que todo acabara así. Hace un siglo Tirador logró recuperarse. Hoy, redescubierto, revalorizado y con todo a favor, vive un nuevo confinamiento y tal vez muera por abandono, okupación, parálisis administrativa e ineficacia, pandemia tan letal como la COVID-19 y para la que carecemos de vacuna.
A veces lo que ha recuperado la ciudadanía languidece después, en manos de sus teóricos protectores. ¿Vale la pena proseguir?