Una colosal España se coronó hoy por segunda vez campeona del mundo de balonmano, al arrollar sin compasión a Dinamarca (35-19), irreconocible durante un encuentro en el que en ningún momento tuvo opción de discutir el triunfo a los anfitriones, que suceden así a Francia en el historial.
Era el primer Mundial que España organizaba en su casa en toda su historia y los de Valero Rivera sabían que no podían fallar si querían sumar un segundo oro, tras el de Túnez en 2005.
De aquella selección sólo quedan Rocas y Alberto Entrerríos, que disputaba su último partido como internacional. El lateral gijonés acaba en el equipo ideal del torneo, junto a Aguinagalde. Y con otro oro en el bolsillo.
Una nueva generación se abre camino y eligió el mejor escenario para presentarse a los ojos del mundo. El Palau Sant Jordi de Barcelona, mítico escenario de los Juegos Olímpicos del 92, repleto con 14.000 almas, presenció un paseo triunfal casi vergonzante por momentos.
La bestia negra de los españoles se quedó en mascota. Apenas una sombra de aquel equipo que llegaba invicto a la final con un balonmano temible. La aristocracia estelar doblegó la rodilla ante el balonmano del pueblo, el espíritu colectivo de los chicos de Valero Rivera, ante el grito al aire de Maqueda y el poder de Cañellas.
De la Dinamarca que había vencido a los 'Hispanos' en los dos enfrentamientos anteriores, en el Europeo y en los Juegos de Londres, nada se supo. España sucede a Francia en lo alto del podio mundial y el parqué acabó convirtiéndose en unos gloriosos Campos Elíseos.
Ya el arranque del encuentro había sido toda una declaración de intenciones. Antonio García fue la sorpresa en el equipo inicial español y, precisamente él, inauguró un marcador que España ya comandaba por tres tantos en el primer parcial.
Tres minutos tardó Dinamarca en lanzar su primer disparo y casi cinco en abrir su cuenta. Los nórdicos se encasquillaron en el entramado defensivo planteado por el técnico español y apenas consiguieron plantar cara durante un cuarto de hora.
Ese fue el tiempo que los nórdicos sacaron a relucir un conato de su maquinaria de balonmano hasta ahora perfecta. Fueron diez minutos en los que los de Ulrik Wilbek, con buena circulación unida al lanzamiento exterior, consiguieron reducir la brecha (6-5, m.11).
Pero el muro defensivo hispano empezó a provocar cortocircuitos continuos en su rival. Hasta el intermedio, Dinamarca apenas anotó un gol por parcial, mientras cada pérdida de balón generaba un contragolpe letal. Los extremos Eggert y Lindberg no hallaban el camino que tantas veces habían recorrido, totalmente anulados.
Hansen pedía calma a sus compañeros, pero la razón nórdica ya no respondía y sus propios monstruos empezaron a crecer. Cada ataque era un mundo, mientras los españoles anotaban con suma facilidad. Rivera y Cañellas -seis y siete goles al final del partido- colocaban la máxima diferencia hasta el momento con varios contraataques (12-8).
Maqueda enloquecía y el Sant Jordi con él. Si el 18-10 del descanso ya fue una diferencia inesperada, más lo acabó siendo un segundo tiempo en el que los daneses ya simplemente se habían esfumado del 40x20.
Al gol de Mollgaard tras el intermedio le siguieron casi diez minutos de sequía y apenas seis tantos en veinte minutos. Fue media hora de jolgorio español, que llegó a estar 19 tantos arriba. La guinda a un Mundial dorado para el anfitrión, mientras Dinamarca acumula ya tres finales cayendo en la desdicha.