La primera vuelta se apaga, pero Alejandro Alfaro Ligero (Huelva, 1986) acumula más portadas por un contrato de orfebrería que por el deleble rastro de su fútbol. Casi indiscutible durante el breve mandato de Michael Laudrup, el exjugador del Sevilla pasó a convertirse en un actor secundario tras el desembarco de Joaquín Caparrós Molina.
Por una simple cuestión de inversión, Alejandro Alfaro llegó al Mallorca con la obligación de convertirse en una clara referencia del segundo proyecto Serra, pero la competición lo está dejando en mal lugar. Su última función -partido de Copa en Anoeta- resultó de nuevo decepcionante. A Laudrup se le reprochó casi siempre que no acomodara a Alfaro en su posición natural (fue titular en cuatro de los cinco partidos que dirigió), aunque el dibujo de Caparrós tampoco ha proyectado la mejor versión del onubense, más bien todo lo contrario. Sólo ha formado en el once en dos ocasiones (ante el Sevilla y el Granada) y ha acabado convertido en un miembro de la «segunda unidad», la que ha diseñado Caparrós para afrontar la Copa del Rey.
Al margen de los aspectos eminentemente futbolísticos, Alejandro Alfaro también lleva varias semanas conviviendo con la tormenta que ha desatado el diseño de su contrato, denunciado por la propia administración concursal de la SAD balear. El gran problema de su fichaje radica en los pagos que acordó el Real Mallorca con la sociedad Impera (500.000 euros) por una opción preferente sobre el jugador. No está demostrado que esta empresa sea la tenedora de los derechos federativos del futbolista. Y si los tuviera, no tiene sentido pagar dos veces por el mismo concepto ya que el club acabó pactando un traspaso (750.000 euros más otros 250.000 variables) con el Sevilla CF. Además, también han generado una gran convulsión las importantes comisiones que firmó la entidad con Viasport (100.000 euros anuales durante cinco temporadas), agencia que representa al centrocampista.