Son momentos complicados para Llorenç Serra Ferrer, que en unos pocos días ha tenido que encajar varios golpes que le han agriado el carácter. El vicepresidente del Mallorca, que vive para el proyecto desde que se instaló sobre el puente de mando de Son Moix, ha visto cómo los resultados empezaban a darle la espalda o cómo se cuestionaba desde algunos sectores su política de cantera, aunque lo que peor le ha sentado han sido algunos de los movimientos que se han producido en torno al club durante un final de semana especialmente caliente y ajetreado. La mecha prendió con la llegada de su último fichaje, Akihiro Ienaga, y estalló el sábado en las gradas de El Madrigal, donde asistió a la tercera derrota consecutiva de su equipo, escenificada esta vez ante su gran enemigo, el Villarreal de Fernando Roig. Por si fuera poco, la derrota llegó esta vez condimentada con una notable porción de polémica, lo que provocó que abandonara un instante el anonimato que le refugiaba en la grada para protestar por el penalti que señaló Turienzo. «Aquí todo el mundo nos toma el pelo», exclamó molesto antes de que algunos de sus vecinos de tribuna le recriminaran sus protestas.
Serra ya había llegado a Castellón sin sacudirse el enfado que le había generado ver al japonés Ienaga en los principales medios de la Isla. Enfureció al comprobar que algunos periodistas habían descubierto el escondite en el que se alojaba el nipón y al ver cómo destapaban una serie de escenas surrealistas, ya que casi todo lo que ocurrió ese día sigue resultando sorprendente, tanto como podría serlo la intrahistoria del propio fichaje. Con el disgusto encima, decidió viajar junto al equipo a Villarreal, aunque durante el desplazamiento apenas se le apreciaron gestos de felicidad o alegría.
La estancia del Mallorca en el municipio castellonense tampoco le ayudó demasiado a salir del bache. Acompañado casi siempre por Jaume Cladera y Miquel Coca (el resto de consejeros no llegaron hasta poco antes de que comenzase el partido) apenas abandonó el hotel de concentración hasta que se fue hacia el estadio. Una vez allí, primero hubo que solucionar la entrada a El Madrigal de un grupo de aficionados que le exigieron su colaboración al consejo, para acomodarse después en la grada y tratar de pasar desapercibido. Tal era su obsesión por que nadie se percatara de su presencia que se negó a atender las numerosas llamadas que recibía o a intervenir ante los medios que le reclamaban. Así, se mantuvo firme hasta que Turienzo le sacó de sus casillas y se delató de forma inconsciente. Después, es probable que las tertulias que mantuvo en Manises le ayudaran a suavizar los ánimos, pero también que aún conserve el cabreo.