El Mallorca empieza a dar miedo. Sepultados definitivamente los problemas de los despachos, el equipo bermellón parece dispuesto a enterrar también todos esos complejos que llevaba a la espalda y circula embalado por una espiral victoriosa que, además de garantizarle media permanencia, le ha permitido tramitar su candidatura a jugar en Europa el año que viene. El Reyno de Navarra, que durante diecisiete temporadas fue el principal decorado de sus pesadillas, asistió ayer al primer triunfo foráneo del curso, pero también a una exhibición de fe y resistencia. Sólo se jugó un partido, aunque se sumaron tres victorias (0-1).
De entrada, el Mallorca se encontró sobre el escenario menos deseado. Los dos equipos se mostraron demasiados respetuosos con el de enfrente y el resultado fue un prólogo feo, oscuro y trabado. Demasiado trabado. Los baleares, sin la posibilidad de agarrarse a la clarividencia de Borja Valero sufrían muchísimo para encadenar dos pases y se sentían especialmente incómodos en todas las acciones.
Osasuna, en cambio, intentaba imponer su físico para dirigir el encuentro a su terreno, pero lo hacía sin mucho convencimiento, sin provocar heridas. Las áreas estaban desiertas y casi todos los proyectos de uno y otro se diluían al instante. En los primeros veinte minutos los únicos amagos bermellones fueron teledirigidos desde la distancia. Primero lo intentó Aduriz, después Webó y al final Martí, pero siempre con el mismo resultado: nada de nada. Sin embargo, el paso de los minutos le sentó mucho mejor al cuadro visitante, que maduraba al mismo ritmo del partido.
Castro parecía más liberado y Mario empezaba a gobernar en la sala de máquinas. Eso sí, las ocasiones seguían escaseando. La conexión Aduriz-Webó, a la que sorprendentemente volvió a aferrarse Manzano, permanecía totalmente obstruida y la única forma de intimidar a Ricardo era mediante lanzamientos lejanos. Así lo entendió el 'Chori', que fue quien más cerca estuvo del gol. Su misil, raso y envenenado, acabó en la esquina después de estrellarse con los guantes del meta osasunista (minuto 26).
Ya en el segundo tiempo, el Mallorca decidió subir una marcha. Ascendió al cuadrilátero con los mismos argumentos que al principio, aunque con una mentalidad algo distinta. Entendió la escuadra balear que su enemigo andaba un par de metros por debajo y apreció una oportunidad histórica para echarle un pulso a uno de los peores maleficios de su existencia. El equipo se arremangó, cogió el volante y se lanzó a por el triunfo.
Los dividendos, en forma de oportunidades, fueron inmediatos. Aduriz abrió el carrusel cabeceando alto un buen centro de Mario y Ramis acrecentó el miedo navarro imponiéndose al primer palo en un saque de esquina. El gol se mascaba y fue Castro el que se apresuró a encender la mecha. Recibió un balón de Webó, desafió a Oier mientras buscaba la mejor posición para el disparo (ayer le tocó jugar a banda cambiada) y se sacó del bolsillo un lanzamiento de fabricación casera que agujereó el portal de Ricardo. Otro balazo para guardar en la videoteca (minuto 61).
Con el gol metido en la maleta, el Mallorca tenía casi todo el trabajo hecho. Osasuna, que apenas había dado señales de vida, estaba obligado a dar un paso al frente y si algo caracteriza a esta versión del conjunto isleño es su pegada al contragolpe. Dejó que los de Camacho se levantaran y empezó a catapultarse a la contra. Sólo algún escarceo esporádico amenazaba la hegemonía mallorquinista.
Camacho vació el cargador exponiendo a lo poco que tenía en el banquillo y Manzano midió mucho mejor sus movimientos. Retiró a Webó, muy espeso, y le dio cancha a Pezzolano, que se instaló a la espalda de Aduriz. Bordeando el final, retiró a Castro y Tuni para buscar la sentencia mediante la velocidad de Mattioni y Keita, aunque la chispa del brasileño y la capacidad para sorprender del guineano tampoco le hicieron demasiada falta.
Por entonces, Osasuna ya había desplazado a toda la artillería a los dominios de Aouate, pero todos sus movimientos pendían de un único hilo y caían por su propio peso sin provocar el más mínimo rasguño. Los doscientos aficionados isleños desplazados al Reyno se frotaban los ojos y los futbolistas se abrazaban sobre el césped como si hubieran ganado un título. No era para menos. Ahora sí, el Mallorca tiene licencia para soñar.