Miquel Alzamora
Es difícil encontrar partidos de tanta carga emocional como una semifinal de Copa. Sencillamente no hay. Son sensaciones diferentes a jugarse un ascenso o un puesto para Europa y en la Isla todos los aficionados conocen bien este tipo de experiencias que casi tienen que ver más con lo divino que con lo futbolístico.
Tiene mucho mérito lo del Mallorca en la Copa. Con uno de los presupuestos más bajos de Primera y cambiando la plantilla un verano sí y otro también, el equipo ha llegado, con la de hoy, a cuatro semifinales de Copa. Anteriormente siempre que ha jugado una 'semi' ha logrado llegar a la final. Hoy tal vez la empresa es más complicada que en anteriores ocasiones. El Mallorca se juega estar en la final ante el Barça (22:00 horas, PPV) y lleva una desventaja de de dos goles. Guardiola viene con toda la plantilla, es decir, con todas sus estrellas, incluido Iniesta, que tiene opciones de ser titular, aunque no está confirmado. En el Mallorca se caen Nunes y Varela.
Hasta ahí las mala noticias. Ahora viene la buena. El Barça ya no asusta tanto. Sus jugadores son humanos y también pierden. Perdieron contra el Atlético en Liga el pasado domingo, perdieron ante el Espanyol en el Camp Nou y empataron a cero contra el Betis. Esto son los últimos tres referentes en Liga y deben invitar al optimismo.
Un optimismo siempre mesurado, sin alardear de él, pero real. El Barça de hace un mes no daría ninguna opción, pero este equipo tiene ahora puntos débiles, empezando por la portería. Valdés o Pinto, tanto uno como otro tienen las manos de mantequilla, la defensa sufre desajustes inimaginables antes y el peligro está en su delantera. Siempre marca y un gol en contra en una competición de estas características te mata. Además hay que remontar dos goles o forzar los penaltis, pero bajo ningún concepto hay que dejarse batir y aumentar el casillero propio.
Éste es el plan, sobre el papel sencillo, marcar y que no lo hagan ellos, sobre el césped es mucho más complicado, infinitamente más complicado, pero no imposible, nada es imposible en fútbol ni tan siquiera empresas tan complejas como las de esta noche. El Mallorca juega también con un factor añadido en su favor: el entusiasmo. El Barcelona se juega cada semana la Liga, tiene además el Madrid a cuatro puntos, busca la Champions y en plena batalla por objetivos de mayor envergadura se encuentra con un partido de Copa entre semana después de salir derrotado del Calderón dando por momentos señales de debilidad. Éste es el Barça que el Mallorca espera encontrar hoy. Un equipo no tan seguro como en la primera vuelta de la Liga, menos eficaz de cara a puerta y, sobre todo, endeble y con dudas en la retaguardia. El estadio presentará un buen aspecto de público, no estará lleno, pero sí se vivirá un ambiente de partido grande, de encuentro especial, de noche de fiesta. Porque más allá del objetivo, el partido hoy es para disfrutarlo después de una temporada convulsa, ruinosa en lo institucional hasta la llegada de Mateu Alemany, y con depresión deportiva hasta hace apenas tres semanas.
El ambiente ha cambiado dentro y fuera del club. En su interior la mejoría ha llegado al vestuario y quien mejor la representa es Juan Arango, el internacional venezolano marcó en Gijón y ahora quiere reivindicarse en la competición del KO. Fuera, de no ser porque Vicenç Grande ha dejado el club como un solar, tampoco nadie se acordaría ya del ex presidente del club. Todo ha ido variando poco a poco y además para bien. Llegar a la final sería tal vez el justo premio a un año convulso, mareante, donde se ha estado en lo más bajo y en el que apenas ha habido espacio para una mínima alegría.
Es momento de disfrutar del fútbol, de tomarse un respiro después de tantos meses de oscuridad y penumbra. La Copa llega con un partido grande y otra vez Mallorca será el foco de atención de la España futbolística. Es momento de soñar en la 'cuarta'.