El motor que impulsa al Mallorca sigue perdiendo aceite. Doce jornadas después, el conjunto de Manzano todavía no conoce la regularidad y mientras busca el antídoto, se dedica a fundir en un mismo partido dos versiones totalmente antagónicas para mantener el pulso. En ocasiones, le alcanza con eso para retener los tres puntos y continuar el camino en dirección a su objetivo. En cualquier caso, la peligrosa fórmula no siempre resulta efectiva. Y ahí está el Málaga para confirmarlo. Tras un primer tiempo aterrador, lleno de boquetes y miseria, los bermellones se quitaron la careta en el descanso y acribillaron a su enemigo en una segunda mitad reluciente, de manual. De hecho, su reacción fue tan brillante que el empate definitivo se antoja pobre y escaso. La conclusión optimista dice que no hay de qué preocuparse, que el vestuario reúne las garantías suficientes para mantenerse alejado del fuego. Sin embargo, la más pesimista señala directamente a la clasificación, a unos números agrietados y a las rampas más severas del calendario, que empiezan a dibujarse en el horizonte. Lo único que está claro a estas alturas es que la Liga ha archivado un tercio del campeonato y que en Son Moix apenas se avanza. Todo sigue igual (2-2).
El Mallorca volvió a comparecer sobre la alfombra con el rostro desfigurado. Y no por los cambios de Manzano (el jienense dejó fuera del once a Nunes, Varea y Mario Suárez), sino por los mismos desajustes de siempre, que le dieron al Málaga varios cuerpos de ventaja. David Navarro y Ramis chapoteaban en un charco de barro, las bandas estaban amputadas y Aduriz tenía que proyectarse en su propio terreno de juego para contactar con el esférico. En otras palabras, el equipo era un desastre. Los andaluces, en cambio, lo confiaban todo al balón en largo y aunque la estética de su juego no convencía, rebañaron opciones de sobra para cerrar la ventana antes de tiempo.