Los aficionados del Mallorca más agoreros lo intuían. Sabía que había muy pocas opciones de que hubiera un duelo plácido, algo tranquilito con lo que disfrutar el domingo. Dos partidos seguidos ganando, la mejor racha de Manzano en el horizonte y un rival, el Sporting de Gijón, que no había sumado un solo punto. Definitivamente, unos condicionantes en los que el Mallorca demostró encontrarse incómodo. No había lugar para la gresca, para el ruido, para levantarse con las últimas gotas de sangre en busca de un enemigo superior. Era simplemente ganar al colista en casa. Y en esas situaciones tan propicias este equipo no supo jugar. Fue una sorpresa, y también una lección, para el Mallorca, que en apenas noventa minutos ha pasado del éxtasis al drama. El equipo de Manzano, desdibujado e impreciso, paseó ayer su alarmante falta de actitud por el ONO Estadi, desde donde se han escapado ya cinco puntos en tres partidos (0-2).
Manzano retocó de nuevo sus piezas. Dejó en el baúl el doble pitove para apostar de nuevo por el rombo, con Martí como sostén y Jurado en el vértice. Ese cambio táctico provocó un enorme socavón en la sala de máquinas. El pivote mallorquín se pasó todo el partido achicando agua ante la falta de solidaridad de sus compañeros de viaje. Varela y Arango vivieron otra vez en el limbo y Jurado aporta tanta imaginación como poco músculo. La entrada de Cléber en el descanso sirvió para taponar algunas grietas, pero ya había agua hasta las rodillas y el barco se hundía irremediablemente. Pudo cambiar el destino, pero el penalti que Webó envió al poste en el minuto 73, acabó por enterrar cualquier atisbo de reacción. La ley de Murphy hacía estragos.