El Mallorca sigue de pretemporada. Aunque la Liga camina ya en dirección a la tercera jornada, el equipo de Manzano todavía no se ha quitado las legañas. Su fútbol es tierno y el once, aún en fase de formación, se desmonta cada vez que aparece en cambio de rasante. Pese a todo, conserva una pizca de esa efectividad de la que presumía hasta hace sólo unos meses. Y gracias a ello, ayer coqueteó durante muchos minutos con la victoria. El idilio, que tampoco era del todo justo, se rompió en cuanto apareció Portillo, que volvió a demostrar que se le dan especialmente bien las porterías del ONO Estadi. Era el triste epílogo de uno de los partidos más feos y empalagosos que ha tenido que soportar últimamente la grada (1-1).
El encuentro apenas generó detalles para el recuerdo y las mejores perlas se concentraron en el primer acto de la función. No empezó mal el Mallorca, que se desperezó con un disparo de Jurado a los veinticuatro segundos, aunque la réplica de Ezquerro lo niveló todo y obligó a uno y otro a encogerse, a volver a empezar. Antes de eso, Manzano se había destapado con una alineación sorprendente que nada tenía que ver con el boceto que le inspiró en Mestalla. Sin Martí ni Arango en la zona ancha (tampoco estaban Trejo y Ramis), al equipo le costó asimilar su condición de local y no pudo cargar con el peso del juego a la espalda. El Osasuna, mucho mejor gestionado en la sala de máquinas, recogió el guante y aceptó el reto de llevar la iniciativa. Empezó a desplazar el balón con muy buen gusto y le metió el miedo en los huesos a su anfitrión con un fogonazo de Nekounam que hizo temblar el arco de Moyà durante varios segundos. Del Mallorca no había ni rastro. Mario Suárez no podía contener el caudal navarro y cuando emergía Jurado (el futbolista más desequilibrante que habita en la plantilla), apenas encontraba aliados. Webó vivía a muchos kilómetros de Ricardo y Aduriz permanecía aislado entre el bosque defensivo de Ziganda. Había poco que rascar.
Sin embargo, el Mallorca encontró oro cuando más nubes tenía sobre la cabeza. Jurado levantó una pared que terminó de pintar Varela y Aduriz, muy escorado a la derecha, definió al estilo Güiza, colando la bola entre las piernas del portero osasunista. Una puesta en escena perfecta para aliviar durante un buen rato el sufrimiento del público (minuto 15).
Aunque pudiera parecer lo contrario, sólo era un bálsamo momentáneo. El Mallorca seguía circulando sobre los mismos raíles y el Osasuna tocaba y tocaba, fabricando de vez en cuando alguna ocasión de poco peso. Por ejemplo, un cabezazo de Josetxo que interrumpió Moyà y un tiro alto de Monreal. Poco más.
Llegó el descanso y Manzano pasó el borrador por la pizarra. Quitó a Castro, desplazó a Jurado al flanco izquierdo y reforzó con Martí los muros del centro del campo. Pero las permutas tampoco propiciaron los dividendos previstos. Afortunadamente, el Osasuna no tenía nada que ver con el del primer tiempo y había poco de qué preocuparse. Sólo un remate de Nekounam (minuto 64) encendió las alarmas.
El Mallorca reivindicó sus méritos en el resultado con una única acción, perfectamente diseñada por Jurado y redondeada en la cabeza de Aduriz (minuto 72). No entró, y a esas alturas, parecía que tampoco iba a hacer falta. Justo entonces, Ziganda terminó de vaciar sus bolsillos dándole entrada a Héctor Font. Poco antes había hecho lo mismo con Portillo, que liberó a los navarros del lastre de Kike Sola y disparó sus acciones en ataque. La conexión iraní de los osasunistas funcionaba con una precisión absoluta y de ella surgió el embrión del empate. Masoud, apoyado en su criterio, descubrió una incursión de Plasil tras interceptar un defectuoso pase de Varela y el interior checo, después de leventar la cabeza, le sirvió a Portillo su momento de gloria. Con su gol, el de Aranjuez arrojó un camión de hielo sobre la grada, aunque era lo justo. Por lo visto, habrá que tener paciencia.