En el cuadro genético de Miquel Servera (Palma, 1992), Miki para los más allegados, el baloncesto ocupa un lugar destacado. Es su pasión, una forma de vida para uno de los talentos con mayor proyección que ha conocido el deporte de la canasta a lo largo de los últimos tiempos. Y para el continuador de una saga que forma parte de la historia del deporte mallorquín. De su padre, el siempre recordado Toni Servera, ha heredado la clase que le ha llevado a dar el salto de la inagotable cantera del Sant Josep al Centre de Tecnificació. Esa ha sido la plataforma de lanzamiento para que Manolo Aller se fijara en él y le incluyera en la lista de la selección española sub 16 con la que explotó definitivamente en el torneo de Ragusa, uno de los grandes escaparates en edad cadete que ofrece el baloncesto europeo.
Sus 57 puntos totales, las condiciones técnicas que ha exhibido y su facilidad para encestar (anotó siete triples en el encuentro decisivo), unidos al brillante papel de España (campeona), le permitieron alzarse con el galardón de MVP. Una excelente carta de presentación para este exterior polivalente que siempre hace valer sus 195 centímetros. Capaz de desenvolverse como base, es capaz de hacer las veces de escolta y alero con suma facilidad.
Aunque se encuentra en pleno proceso de formación, los más nostálgicos ven en él al fiel reflejo del ejemplar deportista que fue su progenitor. El premio de la internacionalidad con el equipo nacional, en el que coincidió con los también mallorquines Joan Tomàs (hermano del también jugador del DKV Pere Tomàs) y Xisco Gómez (jugador del Pamesa Valencia), pero este hecho no es más que un paso al frente en la meteórica carrera que firma Servera, puntal del proyecto del CTEIB y representante de una generación que ha empezado a mostrar sus credenciales dentro y fuera de la Isla.
Pero al margen de sus recientes logros, el destino ha querido que el sucesor natural de Toni Servera tenga la oportunidad de hacer realidad el sueño de todos los que aman el baloncesto.