El fútbol tiene estas cosas. La afirmación, que es a su vez uno de los tópicos más recurrentes en el lenguaje balompédico, se apoya en partidos como el de ayer. El Mallorca siguió en Montjuïc la línea que había trazado en la jornada anterior y llegó a tocar durante muchos minutos otro de sus récords históricos, pasar diez jornadas sin recibir un solo rasguño.
Sin embargo, volvió a besar de lona nueve partidos después. Y lo hizo de forma cruel, agria y dolorosa. El Espanyol, que ya no tiene nada que ver con aquel equipo que maravilló a la Liga en la primera vuelta, le sacó los colores en un final frenético y le dejó metido en el fango. Ya lo dijo Manzano: esto todavía no ha acabado (2-1).
Fue una pena, porque el Mallorca había puesto en marcha el motor mucho antes que su anfitrión y cuando éste se incorporó a la carrera, los de Manzano ya llevaban un par de vueltas de ventaja. Es lo que tienen las goleadas como la que los baleares le endosaron al Recreativo hace ocho días. Su efecto terapéutico se alarga durante semanas y el que las disfruta obtiene una inyección de moral con la que antes ni soñaba. En el caso de los isleños, les permitió encararse al Espanyol sin ningún tipo de complejo y eso, teniendo en cuenta el delicado momento que viven los de Valverde, puede resultar vital, definitivo. Y lo fue. Al menos durante un buen tramo del choque.
Antes de intentar apalabrar el encuentro, los isleños debían despejar algunas de las incógnitas que llevaban pegadas al cuerpo y lo hicieron mucho antes de lo esperado. Manzano, en una decisión sorprendente pero muy estudiada, devolvió a Jonás a la arena en detrimento de Borja Valero y le entregó los galones a Basinas en la zona ancha para que cargara con los bultos que antes portaba Pereyra.
Las dos cuestiones depararon un saldo positivo. El argentino ayudó a recortar el juego por las orillas de los blanquiazules y el griego impuso una dictadura en el centro del campo de la que se aprovecharon sus compañeros para cocinar, a fuego lento, una de las actuaciones mejor argumentadas de los últimos meses.
Huérfano
El Espanyol, más allá de ese empuje inicial que se le exige a cualquier equipo, estuvo todo el primer tiempo desconectado. Huérfano de su principal referente ofensivo (Tamudo) y de su ideólogo sobre el campo (De la Peña), el cuadro perico vivió casi siempre sometido al escrupuloso orden del Mallorca, que en esta ocasión fue insoportable para su oponente. Tanto, que antes de que el encuentro archivara su primer cuarto de hora el marcador ya había registrado los primeros movimientos. Fue después de una excelsa acción colectiva de la que el técnico debería sentirse orgulloso. Salida con criterio, pase en largo, una asistencia genial de Arango y flechazo de Güiza, que esta vez guardó el arco para cumplir la promesa del maiquelyason. Lujazo (minuto 12).
El gol acentuó la indigestión del Espanyol y el estado de alivio de los insulares, que siguieron amasando el partido a su gusto. La superioridad era tan notable que de haber metido una marcha más podía haber quedado resuelto en apenas media hora. Incluso Héctor, con un cabezazo impecable, se sumó a la fiesta y obligó a Lafuente a sacar los brazos para evitar que la sangría fuera a más. Pese a todo, uno y otro se conformaron con lo que había y se fueron al descanso aceptando los términos del partido.
Valverde, que inició el carrusel de cambios en el descanso, estuvo a punto de quedarse sin opciones en el amanecer del segundo tiempo. El Mallorca se desperezó con dos jugadas de libro que merecían la sentencia y tras ellas, el choque dio un vuelco radical. Manzano quitó a Güiza para apostar por Borja Valero y mientras el jerezano se retiraba, Zabaleta resucitaba a los suyos con una acción que los bermellones no supieron cortar a tiempo.
Consecuencias
Las consecuencias fueron terribles. Héctor, muy desacertado durante toda la tarde, estorbó a Luis García dentro del área y éste engañó al colegiado con un piscinazo notable. El asturiano, fiel a su estilo, fusiló para resetear el electrónico de Montjuïc. La decisión del colegiado, polémica, anulaba otra mucho más evidente, en la que Varela había derrumbado de forma clara a Albert Riera a muy pocos metros de Miquel Angel Moyà. Quizá fue la ley de la compensación (minuto 57).
Desde ese momento, el encuentro se rodó sin guión alguno. La bola circulaba sin mucho sentido de una costa a otra y las ocasiones se iban amontonando. Ramis tuvo que hacer un torniquete parando un balón bajo palos y a continuación Lafuente emuló al mejor Kameni para abortar un cabezazo de Arango y un remate muy forzado de Jonás que llegó a estar más dentro que fuera.
Parecía que todo desembocaria en un nuevo empate y ojalá hubiera sido así. En plena locura, los jugadores del Mallorca se dejaron llevar por la ira que les produjo una decisión de Paradas Romero (no pitó una clara falta de Arango cuando éste se dirigía a portería) y se despistaron más de la cuenta. Àngel lo aprovechó para asociarse con Luis García y el ovetense, aprovechando un nuevo error táctico de Héctor, no perdonó. Además, el árbitro expulsó a Ballesteros y cosió a los isleños a amonestaciones, unas tarjetas que privarán del próximo encuentro a Basinas y Ariel Ibagaza. Un desastre. Pocas veces una derrota sabe tan mal.