El Mallorca parece atrapado en el tiempo. Como si de una mala película se tratara, los de Manzano se despiertan una y otra vez en el mismo sitio, con la resaca de un empate martilleando su cabeza y un evidente sentimiento de culpa, el mismo que generan sus continuos y repetidos gazapos. Es verdad que lleva siete jornadas consecutivas recopilando puntos, pero también que continúa metido en el atasco y que su horizonte se estrecha peligrosamente. En otras palabras, el equipo es víctima de la rutina y empieza a oxidarse (1-1).
Salió el Mallorca al campo con el guión memorizado y las coordenadas muy bien definidas, sin giros ni rutas alternativas. Poco importó que Manzano hubiera revuelto sus apuntes o que el grupo afrontara la cita sin alguno de sus argumentos más fiables, ya que el jienense, con muy buen criterio, apartó a Jonás del once amparándose en su bajo momento de forma y apostó por un centro del campo en constante ebullición, con Borja y Basinas protegiendo y Varela e Ibagaza intercambiando sus puestos junto a las orillas mientras abrían el camino.
La salida rojilla, una de las más convincentes de los últimos tiempos, propició una montaña de ocasiones que, en cualquier caso, acababan siempre en la basura. El Mallorca asustaba, pero no cumplía sus amenazas. Mientras tanto, el Betis seguía durmiendo y se encogía cada vez que Varela y el Caño le enseñaban los colmillos. Y así murió el primer tiempo, con los locales llevándose las manos a la cabeza por la munición desperdiciada y los visitantes tan enteros como al principio.