El sueño del Mallorca se ha estacionado junto al arcén de las semifinales, a la espera de que alguien lo reanude la temporada que viene. Y aunque pueda parecer lo contrario, los de Manzano traían el motor gripado del partido de ida. La Copa es grande por muchas razones y una de las más importantes se centra en la extensión de sus batallas.
Los bermellones, que hace una semana se pasearon por el césped del Coliseum, maquillaron sus heridas y aplazaron el desenlace del duelo, pero volvieron a Palma de vacío sin reparar en sus posibles consecuencias; sin observar que en esa pequeña diferencia de un tanto se escondía otra ventaja invisible y devastadora. Ayer estuvieron a punto de minimizar ese detalle y de hecho, tuvieron la eliminatoria bajo su manto durante ochenta minutos.
Pero a veces el fútbol es justo y anoche se alineó merecidamente con el Getafe. Los isleños, que nunca acreditaron los argumentos de su remontada, cayeron por el valor doble de los goles a domicilio, pero por encima de todo, por su falta de confianza y su lamentable respuesta en las acciones de estrategia (2-1).
La primera parte deparó sensaciones muy diferentes, casi antagónicas.