El Mallorca sigue tendido sobre la lona de la Liga. Casi sin tiempo para digerir el atracón de la Copa y degustar una de la victorias más reconfortantes del ejercicio, el equipo balear se estrelló otra vez contra la realidad del campeonato y tardará al menos una semana en volver a incorporarse. Lo hizo tras recibir el enésimo bofetón del Barcelona, sin duda el rival más letal con el que se ha cruzado a lo largo de la última década. El conjunto catalán, que se presentaba a la cita con el combustible justo, impuso sus argumentos sin apenas esfuerzo y dejó a su anfitrión en la estacada y con la cabeza llena de dudas.
La situación no es tan crítica como denuncian los números más recientes del Mallorca, pero de no ser por el colchón adquirido en la primera fase del curso, los de Gregorio Manzano estarían junto a la línea roja de la clasificación. El conjunto isleño empezó como un tiro, pero tras cruzar la frontera del mes de noviembre inició un alarmante descenso que sólo ha sido amortiguado por la extrema igualdad que preside desde hace tiempo la segunda mitad de la tabla. Casi todo se debe a uno de los males más destructivos del club en la era moderna: su fragilidad en casa. El estadio de Son Moix, que durante muchas semanas había sido una fortaleza, vuelve a tener las puertas abiertas (han volado doce puntos de los últimos quince posibles) y hasta que no eche el candado y recupere la calma necesaria, no habrá mucho que hacer.
En cualquier caso, el margen de maniobra es lo suficientemente amplio. Falta una jornada para clausurar la primera vuelta de la competición (la semana que viene en Zaragoza) y aunque ya no se podrán cumplir las previsiones más optimistas, queda espacio para una segunda manga plácida. O eso parece.