Con las cenizas del fracaso todavía en la hoguera, el futuro de Luis Aragonés acapara ahora todas las miradas. Esclavo de las palabras que pronunció a mediados del pasado mes de mayo, cuando afirmó que abandonaría el cargo si no quedaba en una «posición digna» -llegar a las semifinales-, el seleccionador insinuó ayer que cumplirá y cogerá las maletas. «Ya dije lo que iba a hacer y es cuestión de esperar unos días. Las decisiones hay que tomarlas con frialdad».
Si Luis cumple su palabra, se irá. Aunque hay precedentes que invitan a pensar lo contrario, Aragonés arrojará la toalla. El mazazo de la eliminación en octavos de final ante Francia, jubilada antes de tiempo por un sector de la prensa, se suma a la ristra de fracasos y frustraciones que acumula la afición cada dos o cuatro años.
Ni siquiera la revolución que ha intentado Luis ha surtido efecto para mitigar ese mal endémico que azota a la selección cada vez que mira a los ojos de un rival de verdad en un cruce. El seleccionador ha sembrado las semillas del futuro, pero España sigue un escalón por debajo de las grandes. De Brasil, Alemania, Inglaterra, Italia, Argentina o Francia. Da igual el grupo o los rivales de la primera fase. A la hora de la verdad, cuando enfrente hay un equipo equilibrado y competitivo, las ilusiones se derriten y hay que volver a empezar.