Su nombre no figura entre los trasvases del último mercado de invierno, pero muchos le catalogan como el fichaje más importante del Mallorca en la segunda vuelta del campeonato. Sergio Martínez Ballesteros (Burjassot, 1975) ha vuelto y lo ha hecho a lo grande. El central valenciano, que disfruta de uno de los momentos más dulces de su carrera, es ya una de las piezas más importantes de la maquinaria rojilla y ha ejercido como uno de los artífices de su reacción en esta segunda fase del ejercicio, un detalle que no ha pasado por alto para ninguno de los estamentos de la entidad y que le ha convertido en uno de los futbolistas más queridos para la hinchada.
El caso de Ballesteros es uno de los más curiosos que se recuerdan en la Isla. Después de una temporada, la pasada, en la que jugó un papel esencial a la hora de sacar al equipo del pozo, el defensor vio como Cúper le renovaba su confianza en el nacimiento de esta campaña y fue uno de los pilares del Mallorca durante las seis primeras jornadas, en las que fue titular indiscutible en el eje de la defensa. Sin embargo, dos inoportunas expulsiones en uno de los momentos más delicados de la campaña -los partidos del Camp Nou y el Santiago Bernabéu- le apartaron del equipo inicial y le introdujeron en una espiral especialmente tóxica para sus intereses. Héctor Cúper le condenó al ostracismo y su nombre dejó de aparecer por las listas de convocados, hasta el punto de que prefería afrontar los partidos sin centrales en el banquillo a tener que incluir su ficha entre las 18 que eran necesarias para adentrarse en el fin de semana con las espaldas cubiertas.
Su situación se tornó casi insostenible y todo hacía indicar que Ballesteros se desvincularía del proyecto mallorquinista en cuanto se produjera la apertura del segundo plazo de fichajes, en el mes de enero. El club balear le abrió la puerta y equipos como el Valladolid o el Nàstic de Tarragona -el hecho de haber jugado más de cinco partidos en Primera le obligaba a bajar un escalón- tantearon su posible incorporación y le hicieron llegar sus propuestas, pero él se negó a marcharse a tiempo y fue reivindicándose a base de silencio y, sobre todo, mucho trabajo. El propio Cúper fue reconociendo su esfuerzo y aunque se negó a concederle minutos sobre el terreno de juego, le incluyó en alguna que otra convocatoria que alimentaba las esperanzas del valenciano. La dimisión del preparador de Chabas marcó un punto de inflexión en su trayectoria como jugador mallorquinista. El argentino le dejó el camino libre a Gregorio Manzano y el central disponía de una nueva oportunidad para empezar de cero y al mismo nivel que sus compañeros. Y lo hizo. Se puso el mono de faena, conservó la intensidad que le caracteriza y, poco a poco, fue ganando en presencia en el vestuario.