Amador Pons|PARÍS
Decía Carlos Moyà que nunca había visto una derecha como la de
Rafael Nadal. Que no había ningún otro golpe en el circuito que se
pareciera al drive del manacorí. Es un tiro que viene muy rápido.
Que se endiabla cuando bota en el suelo. El efecto provoca que la
pelota alcance mucha altura. Y el rival se ve obligado a golpear en
una distancia inusual, antinatural. La condición de zurdo de Nadal
agrava todavía más la situación. El destino de sus lanzamientos
acostumbra a ser cruzado, por lo que la mayoría de rivales deben
pegar de revés. Ayer Roger Federer, el número uno del mundo,
tampoco pudo controlarlo y se despidió en las semifinales de Roland
Garros. A las 18.17 horas, Roger Federer sólo sabía una cosa cuando
saltó a la pista central de Roland Garros: no quería intercambiar
demasiados golpes con Rafael Nadal desde el fondo de la pista.
Había llovido por la mañana, pero la Philippe Chatrier apenas
estaba pesada. En el momento del peloteo el sol ganó protagonismo,
lo que provocaba que la pista estaría más rápida. Las condiciones
favorecían al mallorquín porque la tierra no frenaba sus
efectos.
Federer sufrió mucho con su primer servicio. No ganaba la iniciativa en el punto y el mallorquín le daba muchos problemas. Curiosamente el número uno vió como tuvo pelotas de break en su contra en todos sus servicios de la primera manga menos en uno y como el balear le rompió en cuatro ocasiones el saque. En este primer parcial el juego era brutal. La pelota viajaba a una velocidad impresionante. Los golpeos eran salvajes, pero la derecha de Nadal dominaba. Federer pegaba el revés a una mano demasiado arriba. No se sentía cómodo y cuando veía una oportunidad lanzaba winners. No es el juego habitual del número uno del mundo. Él prefiere trabajar más los puntos. No arriesga gratuitamente. No tiene prisa. Y siempre elige la mejor opción. Pero ayer, como el drive de Nadal le ponía cada vez en apritos, decidió tirar antes de hora. Su precipitación le llevó a cometer errores y también a desquiciarse. Se le vió impotente por primera vez en mucho tiempo. En el tercer break del mallorquín, cuando pegó una nueva derecha al pasillo de dobles, gritó por primera vez en todo el torneo. Dijo en alemán algo así como un «Si hombre», como reprochándose la prisa que tenía para terminar el punto.