Antes de entrar a su cementario parisino -en la pista Suzanne Lenglen ha quedado eliminado los tres últimos años-, Carlos Moyà ya estaba sentenciado a muerte. Al tenista mallorquín se le había empinado tanto la cuesta que no fue capaz de subirla. Sin servicio, sobre una arcilla tremendamente lenta y ante el número uno del mundo sólo pudo conventirse en el mejor espectador del paseo militar de Roger Federer. El suizo le despidió en octavos de final de Roland Garros (6-1, 6-4 y 6-3), un duelo en el que el palmesano nunca tuvo oportunidades.
Roger Federer es un tenista extraordinario. Técnicamente perfecto, su tenis no tiene fisuras. Todos sus golpes son extremadamente dañinos para sus adversarios y su ambición parece no haber tocado techo. Ayer volvió a demostrarlo. Saltó a la pista como una apisonadora. Su primer set fue sencillamente perfecto. Ganó sus dos primeros servicios con autoridad y rompió el primer saque de Moyà (3-0).
Después del primer punto del cuarto juego, Carlos Moyà se giró hacia Joan Bosch tocándose el hombro. Era un claro síntoma de que su condición física estaba muy mermada y que no podía soportar sus habituales latigazos con el primer servicio. El mallorquín trató de aguantar jugando con un primer servicio con la fuerza y el efecto que acostumbra a infringir a sus segundos saques, pero simplemente pudo ganar un juego. Roger Federer no tenía ningún tipo de problema para restar y dominaba los puntos tanto al servicio como al resto (6-1).