Perseguía Cúper algo que le generara dividendos, y dio con Romeo. Ni siquiera le alcanzó con la fórmula de los tres centrales, y probablemente Melo, la otra novedad, tampoco tuvo una influencia extraordinaria en el triunfo. Fueron los dos fogonazos del delantero argentino lo que aliviaron el tránsito del Mallorca por la Liga. Eso, y la defensa de la Real, que es un chollo. Su catálogo de errores permitió que el grupo balear lograra un gran botín en un partido histérico, propio de dos equipos al límite. El Mallorca, porque tiene poco margen. La Real, porque ha quedado desvertebrada con las pérdidas de Nihat y Kovacevic. Así, o salía un encuentro sin chicha o uno delirante, y resultó lo segundo (3-2).
El partido fue un pim-pam-pum desde el inicio, un reparto de golpes sin ningún tipo de rubor. Mallorca y Real Sociedad encajaban cada bofetada del rival sin rechistar, como si el arranque de la cita tuviera algún componente suicida. Cada derechazo realista encontraba el mentón del equipo de Cúper, que, sin tiempo para cerrar su herida, se levantaba y le atizaba a los donostiarras. Por eso a los 19 minutos el partido ya habría sufrido un revolcón importante, consecuencia de cuatro goles producto de la esquizofrenia.
Que si un zurdazo de Aramburu, que si un gol de ariete de Romeo, que si un error mayúsculo de Moyà, que si una maniobra genial de Luis García... Lo cierto es que sólo después del 2-2 hubo un tiempo de tregua, como si ambos se hubieran asustado al ver tanta sangre. Los dos equipos, que pasan por ser enclenques en defensa, decidieron darse un tiempo antes de volver a la pelea. Había resultado un primer tiempo extraño, con un fútbol plano pero cargado de dinamita. Cada vez que el balón atisbaba el área, acababa en la red. Lo hizo nada más empezar, cuando Aramburu recogió un rechace en el interior del área y largó un tiro que superó a Moyà y puso a temblar al mallorquinismo (minuto 6).
Acostumbrada a las malas noticias, la hinchada se temía lo peor, porque los precedentes no sugerían nada mejor. En esas Romeo decidió que era su tarde, la hora de salir del anonimato, y empató gracias a una acción típica de delantero centro. Rescató un servicio desde la derecha de Luis García, bajó la pelota con el pecho y marcó de disparo ajustado con la izquierda (minuto 14). El gol abría las puertas de un nuevo partido, pero nadie contaba con el error de Moyà. El de Binissalem, un tipo fiable incluso cuando más calienta el sol, cometió un fallo que metió de lleno a la Real en el encuentro.
Trató de salvar un balón que se perdía por la línea de fondo, pero en su intento por devolverlo al área, lo puso a los pies de Gari Uranga, que lo rebañó y lo alojó en la portería (minuto 15). Esa acción parecía definitiva, el ejemplo simplificado del desastre, una de las imágenes para recordar luego del descenso. Pero nada más lejos de la realidad. El Mallorca se arremangó y se puso manos a la obra en busca del empate, que llegó poco después tras otro gesto de buen delantero de Luis García. Recogió la pelota de espaldas, se dio la vuelta y conectó un disparo que superó a Riesgo (minuto 19). Más esquizofrenia. Curiosamente, en ese punto se entregaron Mallorca y Real Sociedad. Habían sido demasiadas emociones para dos equipos acostumbrados al minimalismo, y los dos sintieron algo de vértigo.
Todo se anestesió hasta el segundo tiempo, en el que a poco de empezar Luis García ya había probado los reflejos de Riesgo. El jugador asturiano, un lince en el área, es capaz de construir un castillo con un par de piedras, y a poco que recibe un balón en condiciones lo transforma en peligro. Pero ayer era el día de Romeo, que tuvo la ocasión de demostrar su pegada poco después. Labaka calculó mal en el salto tras un saque de banda y dejó el balón a los pies del argentino, que se revolvió y marcó de tiro cruzado (minuto 54). El Mallorca ha encontrado al delantero que andaba buscando desde hacía tiempo, a ese hombre de área capaz de acudir al rescate en cualquier momento, pero puede que sea demasiado tarde.