Seguro que los pocos mallorquinistas que acudieron en la tarde de ayer al estadio de Son Moix, respiraron más aliviados que nunca cuando Undiano Mallenco señaló el final del partido. Después de como había transcurrido la semana y de como había quedado configurada la tabla tras las últimas jornadas, la afición había empezado a resignarse a la suerte del equipo y la palabra descenso era un elemento común en todas las coversaciones. Afortunadamente, el Mallorca volvió recurrir a su condición de local para asegurar los tres puntos y seguir agarrado a la esperanza de la permanencia.
La respuesta del mallorquinismo no fue la misma que en otras ocasiones. De hecho, el recinto rojillo registró una de las entradas más pobres de toda la temporada y muchos lo atribuyeron a que la gente le empezaba a dar la espalda al equipo, pero lo cierto es que la tarde tampoco invitaba precisamente a acudir al campo.
Para empezar, los seis grados de temperatura que marcaba el termómetro a la hora del partido hacían muy poco recomendable la estancia en las gradas y la sensación de frialdad se incrementaba con la cantidad de cemento que reflejaban las tribunas.
Mientras a escasos metros del estadio el Son Amar se jugaba su primer título europeo en un Palau abarrotado, los jugadores de Real Sociedad y Mallorca calentaban sobre el césped entre la indeferencia del poco público que había llegado a Son Moix, que parecía castigar así la trayectoria rojilla. En esta ocasión, también se echó en falta algún acto de las peñas en los prolegómenos del encuentro o que el club le diera continuidad a su política de precios populares, ya que sólo ante de ese tipo de iniciativas parece motivarse el mallorquinismo y el de ayer, era de nuevo el partido más importante del año.
En medio de un entorno gélido y carente de presión saltó el Mallorca al campo con la intención de darle un golpe de efecto a su travesía. Los casi dos centenares de aficionados realistas que se desplazaron junto a su equipo a la Isla se hicieron notar de forma especial en los primeros minutos del encuentro, justo el tiempo que tardaron los seguidores locales en acomodarse y en adentrarse en el partido. El primer tanto vasco acentuó ese aspecto, aunque nadie se extrañó de la dirección que estaba tomando el choque.
Tuvo que ser Romeo, un jugador que hasta ayer apenas había conectado con la grada, el que la rescatara del pesimismo. Un tanto del argentino, que muchos tardaron en celebrar por temor a que el colegiado invalidara la jugada por mano, devolvió la calma aunque tan sólo fuera de forma efímera. En medio del jolgorio propio de la celebración y mientras los aficionados analizaban los rasgos del primer tanto de Berni, a Moyà le tocó vivir uno de los tragos más amargos desde su llegada al primer equipo. Suyo fue el fallo que puso de nuevo por delante a la Real y algunos se lo recriminaron en las acciones posteriores. Sin embargo, con el paso de los minutos los tímidos silbidos se transformaron en aplausos y cánticos de ánimo.
Romeo terminó de ganarse al público tras el descanso y los seguidores le demostraron su cariño a Felipe Melo. El nombre de Karpin también fue muy mencionado, aunque siempre acompañado de calificativos muy distintos.