Nueve meses y catorce días después, Fernando Edgardo Ayala Correa (Montevideo, 1974) se reencontró con el fútbol. El delantero del Mallorca reanudó el libro después de casi 300 días en la celda de castigo por «un error» que cometió días antes de aquel nefasto Uruguay-Venezuela el 31 de marzo de 2004 que destapó su positivo por cocaína, una sanción ejemplarizante de un año -reducida posteriormente a nueve meses- y una larga travesía por el desierto. Cúper le metió en la arena en el minuto 67, en sustitución del japonés Yoshito Okubo, cuando el encuentro iba 1-1. Recibido con una atronadora ovación, Petete roció de ganas el césped y se retiró unos treinta minutos después con una sonrisa de oreja a oreja: «Nunca olvidaré el recibimiento del público. Fue emocionante. Además, tuvimos la suerte de ganar, así que todo salió a la perfección. Fue un día redondo», señaló a la finalización del encuentro.
Desde aquella «fiesta con unos amigos», Correa se ha movido a base de impulsos, en una montaña rusa constante. Nada más destaparse el escándalo, que le estalló en su mejor momento en el Mallorca, hizo las maletas y se encerró en su país. Meses más tarde, el Atlético de Madrid, que le había cedido al equipo isleño el curso pasado (03-04) rescindió el año de contrato que le restaba. Correa se quedó en el paro, sin entrenar y «sin saber qué hacer». Sólo el apoyo de su mujer, que durante la sanción dio a luz a su tercer hijo, y su familia le mantuvo con ganas. Entonces, Mateo Alemany cogió el teléfono y conversó con él. El presidente le dijo que era conveniente que volviera a entrenar y el uruguayo tomó un vuelo y se presentó en la Isla para realizar la pretemporada con el Mallorca a las órdenes de Benito Floro. Correa se agarró a esa segunda oportunidad y encendió la mecha de la cuenta atrás. No pidió nada económico, sólo poder entrenar, aunque la SAD balear se ha encargado de los gastos de abogados.
Desde que regresó a la Isla, Correa ha trabajado prácticamente a diario para no perder la forma. Incluso los domingos, mientras sus compañeros se preparaban para cumplir con su trabajo, él se ejercitaba en solitario. Así pasaron los meses hasta que el pasado sábado, después de recibir la notificación FIFA que le habilitaba para jugar ante el Albacete, firmó la convocatoria.
Suspendido cautelarmente desde el 7 de mayo, Correa no se vestía de corto en un partido oficial desde el 25 de abril, cuando marcó dos goles en aquel triunfo clave en Valladolid (1-3). Ayer, con el dorsal 21, regresó al césped para sustituir a Okubo. «Volver a jugar ha sido muy importante para mí. Agradezco mucho a Cúper que haya contado conmigo. Si confía en mí no le voy a defraudar, al igual que al técnico de Uruguay, que me conoce muy bien», explicó en relación a unas declaraciones del seleccionador uruguayo, que le tiene en mente para futuras convocatorias del combinado charrúa.
«Ahora quiero mirar hacia adelante, aunque sigo creyendo que la sanción fue excesiva. A partir de ahora, me centraré en el fútbol y en el próximo rival, el Barcelona», precisó el jugador.
Petete Correa es un futbolista atípico. Dotado de unas condiciones innatas para este deporte, su frialdad sobre el tapete no le permitió entrar en el corazón de los atléticos, amantes del futbolista de raza y pulmón, pero sí encontró un hueco en el Mallorca el pasado curso. Dos goles suyos en Zorrilla supusieron un punto de inflexión en la trayectoria isleña. No es Correa un tipo de detalles verbales para la galería. Alejado del círculo mediático, es un futbolista que intenta dedicarse a su trabajo sin estridencias. El sacrificio o la pelea no forma parte de su doctrina futbolística. Lo suyo es el remate, el disparo, el oportunismo, una virtudes que pueden impulsar al Mallorca en la segunda vuelta del torneo.