La estadounidense Serena Williams hizo buenos los pronósticos y aunque se vio contra las cuerdas debido a unos problemas en las costillas y espaldas, se impuso a su compatriota Lindsay Davenport en la final del Abierto de Australia, para lograr su séptimo título del Grand Slam. Tras una hora y 29 minutos, Serena dio un salto, extendió los brazos y se arrodilló en la pista Rod Laver Arena donde había conquistado el título en el 2003. Había ganado de nuevo el preciado trofeo al derrotar a Davenport por 2-6, 6-3 y 6-0. Tras recibir el trofeo de manos de Margaret Court, la jugadora que más títulos del Grand Slam ha coleccionado, con 11, Serena puso atrás todas esas lamentaciones para disfrutar otra vez de una victoria que le hará saltar el lunes del séptimo al segundo puesto de la lista mundial, detrás de Davenport. Pero no todo pareció tan de color de rosa para Serena, que en el primer set encajó un contundente 4-0 y que tras ganar su primer juego a continuación tuvo que ser atendida en la pista debido a unos problemas de espalda y costillas. «Me estoy haciendo vieja», comentó después la menor de las Williams, de 23 años.
Fueron momentos de pánico para el banquillo de los Williams, en especial para su madre Oracene, que asistía a un proceso de demolición por parte de la veterana Davenport de 28 años, que se hizo con el primer parcial. El momento clave llegó en el quinto juego del segundo set, cuando la de Palos Verdes no pudo confirmar ni uno de los seis puntos de ruptura porque significó el derrumbamiento de Davenport y la resurrección de Serena, que enlazaría a partir del 3-3 nueve juegos consecutivos, con solo 20 minutos para atrapar la tercera manga (6-0).
El sueño de todo un país se concentrará hoy a las 9:30 horas en la Rod Laver Arena, donde Lleyton Hewitt, el ídolo local, espera romper una larga sequía del tenis «aussie» y vencer al ruso Marat Safin en la final del Open de Australia. Hewitt no había superado nunca los octavos de final en Melbourne, pero en el centenario parte ligeramente como favorito.