Amador Pons|ENVIADO ESPECIAL A SEVILLA
Lo había soñado tantas veces y había terminado despertándose que
Carlos Moyà sufría por si volvía a suceder lo mismo. En esta
ocasión estaba viviendo una realidad. El tenista mallorquín
culminaba ayer el gran objetivo que se había marcado hace cuatro
años. Quería levantar la Ensaladera y lo hizo en las mejores
condiciones que podía imaginarse. Ganó el punto decisivo de la
final ante uno de los mejores jugadores del mundo mientras 27.200
gargantas coreaban su nombre. El abrazo con su madre y las lágrimas
de ambos lo resumen todo.
Dicen que la Copa Davis lo cambia todo. Al margen de sentimientos patriotas, jugadores con ránking inferior ganan partidos imposibles y especialistas sobre pista rápida parece que han jugado toda su vida sobre arcilla. Por eso Carlos Moyà no ha dejado nada a la improvisación. Ha preparado durante un mes y medio todos los detalles de una final con un acento totalmente mallorquín. Cuando Neus Àvila (una de las componentes del gabinete de prensa de la Real Federación Española de Tenis) anunció durante la ceremonia del sorteo que Carlos Moyà y Rafael Nadal serían los encargados de jugar los individuales comenzó una cascada de acontecimientos que han provocado que el deporte balear disfrute del momento más importante de su historia.
El viernes por la mañana Carlos Moyà lanzaba el primer aviso. Su ilusión-obsesión por ganar la Ensaladera no era una fachada y firmaba uno de los partidos más sólidos de su carrera deportiva. No era nada fácil abrir la eliminatoria y enfrentarse a Mardy Fish, un adversario tremendamente peligroso que no podía perder nada en el enfrentamiento. La del mallorquín fue una lección de serenidad.