Lance Armstrong demostró una vez más que a día de hoy nadie le puede hacer sombra. Ni el propio ciclista estadounidense podía imaginar que el tránsito hacia su sexto Tour, y ya de paso a la leyenda, sería tan plácido. Ayer dejó fuera de combate a un Iban Mayo que ya ha echado la persiana, pero aún tendrá que deshacerse de un Paco Mancebo sensacional. El abulense dio la cara, se permitió la licencia de meter miedo al sólido US Postal, y evidenció que su brillante estado de forma bien merece la recompensa del podio en París. El adiós de Menchov le convierte en el único punto de referencia del Illes Balears y el grupo de Unzúe está obligado a echar el resto por él.
Rubiera, Azevedo, Hincapie y compañía asumieron el control de la situación en el momento adecuado. Las primeras rampas de Plateau de Beille sirvieron para desatar las hostilidades en el gran grupo. Voeckler se venía abajo de manera irremediable y la selección quedaba hecha. Rasmussen y Voigt, escapados desde los albores de la etapa, veían impotentes como su sueño parecía esfumarse poco a poco y de manera irremediable. Mientras, Mancebo tenía en Vladimir Karpets a un aliado de lujo. El ruso se vació para mantener las constantes vitales de su jefe de filas.
En la etapa de los sustos -Heras no pudo más y se fue por los suelos, Mayo reventó, Hamilton sacó la bandera blanca y Armstrong sufrió un pinchazo que pudo tener graves consecuencias-, Mancebo infringió un zarpazo letal a la general y el tejano hizo la selección definitiva de sus rivales. El propio Ullrich tuvo que rendirse ante las evidencias y abrir las puertas del maillot amarillo a un Armstrong que aplastó a los que pretendían poner punto y final a su eterno reinado en la Grande Boucle. Nadie le puede arrebatar un triunfo que se metió en el bolsillo a base de una labor de equipo brillante y que equivale media victoria en París.