Después de terminar con la camiseta completamente sudada tras responder a la prensa, Moisés Sánchez Parra, el primer luchador balear que consigue clasificarse para los Juegos Olímpicos (grecorromana, 66 kg), le explicaba a Eusebio Capel, su entrenador y próximo seleccionador nacional, los combates del torneo preolímpico de Tashkent (Uzbekistán). Su rostro no podía disimular la alegría y su cuerpo no paraba de moverse, como si por la sangre todavía le corriera la energía de cuando sube al tatami.
«Tuve suerte con el sorteo -relata Moisés-. Me tocó el peruano y el irakí, pero el seleccionador me dijo que en el segundo combate (contra el iraquí) no enseñara mis técnicas para que el bielorruso (su siguiente rival) no tuviera referencias. Me puse 5-0 abajo -Eusebio no puede evitarlo e interviene. Cuenta una anécdota sobre el seleccionador, pero Moisés continúa la historia- y cuando estaba en la silla no podía parar de mirar al marcador». Su hermano Francisco, que estuvo en el preolímpico de Uzbekistán porque su familia tuvo un presentimiento y su padre, Juan, le mandó a la agencia para comprar un billete dos días antes de que se realizara el torneo, asentía a la explicación, confirmando los malos momentos que pasaron en ese momento de la competición.
En el tramo final del combate ante el irakí, Moisés Sánchez lograba remontar y se clasificaba para la tercera ronda. «El bielorruso debía pensar que si había sufrido tanto con el irakí, yo debía ser muy malo y al final le gané. Ya estaba clasificado entre los cuatro primeros y salí contra el polaco -Moisés continúa moviéndose y su novia, Ana, sigue la explicación con los ojos llorosos, pero con una sonrisa que le cubre toda la cara- sin presión». El polaco era el campeón de Atlanta 96 y el luchador mallorquín iba a protagonizar una de las mejores victorias de su vida. «Todo me salía bien». Hacía gestos explicando las técnicas que utlizaba mientras los familiares y amigos seguían el relato.