El estreno liguero del Mallorca ante su parroquia, lejos de ser la cita «glamourosa» del partido ante el Madrid, fue uno de esos numerosos encuentros del calendario que en un principio sólo responden bajo los impulsos que llegan desde el terreno de juego, de los que unicamente se activan con la chispa de los futbolistas. Sin embargo, en esta ocasión la suerte fue favorable y bastaron un par de detalles encima del tapete para el choque, teñido de gris hasta el momento, se impreganará de mallorquinismo. La hinchada, hastiada de comienzos con signo negativo, pudo disfrutar al fin de un debut en casa con final feliz, aunque por momentos, algunos imaginaron todo lo contrario.
Tal vez por que la Supercopa ya había dado el banderazo de salida en Son Rapinya, tal vez por la imagen que desprendió el equipo en Santander, -aderazada posteriormente con las declaraciones del técnico- o simplemente por lo desangelado de la velada, el Zaragoza irrumpió en Son Moix entre indiferencia, sin despertar ningún sentimiento que animara la confrontación. Y es que Milito, por muy cerca que haya estado de la galaxia, no tiene el tirón de los Zidane, Beckham y compañía.
Así, el partido se aproximaba implacable hasta la horario previsto y aunque «Dimonió» se dejaba el alma correteando por la pista de atletismo, nada provocó más movimiento entre la hinchada que la salida de los futbolistas, algo que prendió la mecha de la jornada y elevó ligeramente el ánimo los presentes. El palco también se acercaba al duelo desde la tranquilidad y muchos espacios vacíos delataban que la expectación era mínima. No faltaron los nuevos miembros del consejo de adiministración entre los que se hallaba el máximo accionista Bartomeu Cursach, el director general de deportes del Govern balear, Pepote Ballester, el presidente del Parlament, Pere Rotger, la consellera de Cultura del Consell, Dolça Mulet el concejal de deportes del Ajuntament de Palma, Rafel Durán.