Fernando Fernández
Desde el cielo, pocos podían pensar que en el vuelo JKK2407 de
Spanair se pudieran concentrar miles de ilusiones, que de un trofeo
de poco más de cinco kilos de peso estuvieran pendientes miles de
mallorquines. Desde el preciso instante en que la Copa del Rey tomó
tierra en Son Sant Joan, los cerca de tres mil seguidores que
acudieron a la Terminal A -otro lugar habitual de peregrinación-
exteriorizaron la alegría contenida durante las largas e
interminables horas de un regreso que pasó factura a unos cuerpos
pese a todo ansiosos de fiesta.
«Sí, sí, sí, la Copa ya está aquí». Este era el grito de guerra de los primeros que querían ver de cerca la nueva joya de la Corona de la sala de trofeos de Son Moix. La aparición en escena de Mateo Alemany y Gregorio Manzano, dos guardianes de lujo para la Copa, significó el inicio de una breve pero intensa explosión de felicidad que se reflejaba en el rostro de jugadores, técnicos, directivos, pero especialmente de una afición que ve con orgullo como su equipo ha aprobado esa dolorosa asignatura que había quedado pendiente en el punto de penalti del gol sur de Mestalla.
Ni el intenso calor pudo parar a dos mil almas que fueron correspondidas uno a uno por sus ídolos, que en ese momento empezaron a comprender de primera mano que Palma, y en consecuencia toda Mallorca, les esperaba en sus calles para festejar un hecho que ya ha entrado por méritos propios en los libros de historia y que va a costar mucho tiempo quitarse de la mente y poder pasar página. Samuel Etoo y Gregorio Manzano fueron temas recurrentes en los cánticos de un nutrido sector de la afición que en su mayor parte no aguardó a que los jugadores se subieran al autobús descapotable que les llevaría al encuentro más directo con la afición.