Pocas veces en tan poco tiempo un equipo alejado de la farándula futbolística tiene tantas oportunidades como para engordar un historial que hasta ayer se reducía a una Supercopa de España. Pocas veces, una misma generación de futbolistas ha tenido en las filas del Real Mallorca la opción de poder tener una segunda opción, una particular revancha. La final de Elche pasará a la historia por muchos motivos. Puede ser el último partido de algunos de los mejores jugadores que en 87 años han vestido la zamarra bermellona, pero por encima de todo, será la que ha permitido de forma definitiva ingresar al Real Mallorca entre los grandes del fútbol español. Después de dos intentonas frustradas casi fuera de tiempo y en condiciones extremas, la Copa del Rey viaja a nuestra Isla con el fin de reivindicar que al otro lado del charco algo se mueve.
Y es que en cinco años, el Mallorca ha tenido la fortuna de poder disputar cuatro títulos -dos Copas, la Supercopa y la Recopa-, síntoma evidente de que el engranaje técnico y deportivo carburan en el seno de un club modélico a nivel nacional y respetado a lo largo y ancho del continente.
La primera gran experiencia no fue traumática, pero dejó un doloroso poso en el seno del mallorquinismo más profundo. El 29 de junio de 1991, el Santiago Bernabéu acogía una final de Copa que pilló casi por sorpresa a un Mallorca que seis días antes provocaba el delirio en el vetusto Lluís Sitjar al noquear al Sporting en una semifinal sin color. Un Atlético de Madrid plagado de figuras -Schuster, Futre...- pero generador de interrogantes en un banquillo peligroso, se cruzaba en el camino de los insulares.