Casi en un abrir y cerrar de ojos, el déficit histórico del Bàsquet Inca ha pasado a ser historia. El próximo lunes será día de pago en el club de es Raiguer, que observa el futuro más inmediato con una indisimulada ambición. La última gran maniobra del vicepresidente Joan Rubert ha fundido los números rojos de la entidad y ha creado el escenario idóneo para volver a empezar. La figura de Rubert ha sufrido un rearme significativo, hasta el punto de crear una sinergia irrenunciable para diseccionar el pasado, presente y futuro del Inca.
Desde hace un buen puñado de temporadas, nada se ha movido en el Bàsquet Inca sin que Rubert haya asentido. La junta ha sido un mero órgano consultivo -pocas veces ejecutivo- y los éxitos y fracasos han adquirido por tanto un marcado sentido individual. Todo ha empezado y acabado en Joan Rubert i Maura. Ahora, alcanzado el déficit cero, una enorme disyuntiva azota al díscolo Rubert: tirar la casa y aprovechar el solar o cambiar sólo las tuberías. La elección será la más diplomática y la necesaria regeneración del club quedará de nuevo en un segundo plano, aparcada. Al Inca llegará pronto dinero fresco y su efecto será tangible. Es probable que se consiga ampliar los contratos de Walls y Bryant. Se trata de un movimiento interesante desde una perspectiva eminentemente deportiva, pero el Inca necesita algo más que renovar a dos buenos jugadores para dar un salto de calidad definitivo. Desde hace tiempo, su déficit más importante dejó de ser un aspecto exclusivamente económico. En una Liga profesional la gestión debe ser profesional. Los buenos se largaron y sobreviven los pelotas. De Rubert, claro.
Albert Orfila