Francisco Àvila (Efe)|BARCELONA
El Barcelona de la temporada 2002-2003 se construyó para completar
su dilatado historial con el único título que le falta en su
palmarés, la Liga Europea, y para ello recurrió a una receta que no
suele fallar: contratar a un técnico y a una estrella de la antigua
Yugoslavia, ahora Serbia y Montenegro. Desde que se creó el sistema
de Final a Cuatro en 1988, once entrenadores de la escuela
yugoslava han dirigido al equipo campeón. Los únicos no serbios que
lograron el título fueron Franco Casalini, Ettore Messina, Jonas
Kazlauskas y Pini Gershon.
El Barcelona lo vio claro y decidió dar un giro a su apuesta técnica este año. El equipo directivo apostó fuerte y, de común acuerdo, prescindió de los servicios de Aito García Reneses, su entrenador de referencia durante muchos años, y fichó a Svetislav Pesic. El técnico debía ser la llave para la contratación de la gran estrella: Dejan Bodiroga. Y así fue, ajustó su presupuesto, se quedó sin dos grandes jugadores interiores (Ademola Okulaja y Efhtimios Rentzias) y contrató a Bodiroga, también a Gregor Fucka y al alemán Patrick Femerling.
Entre Bodiroga, Sarunas Jasikevicius, Juan Carlos Navarro y un renovado Roberto Dueñas el Barcelona ha formado a un equipo competitivo. Se dio un giro a la situación con el fichaje de Pesic, un técnico triunfador (llegó a la Ciudad Condal tras proclamarse campeón mundial con Yugoslavia), pero sobre todo con la contratación de Bodiroga. A media temporada, cuando el equipo ganaba, aunque no despertaba buenas sensaciones, Dueñas pronunció una frase que a la larga se ha demostrado muy acertada: «¿Qué diferencia hay entre Aito y Pesic? La diferencia es Bodiroga».