José Antonio Diego|BIRMINGHAM
El atletismo español encontró en Birmingham no sólo a su primer
campeón mundial en pista cubierta, el capitán Manuel Martínez, sino
un insospechado potencial en las mujeres del equipo, que con menos
efectivos partieron el botín récord de seis medallas con los
hombres. A cinco meses de los Mundiales de París la selección
española pasó con notable alto la reválida de Birmingham. El
atletismo hizo justicia, al fin, con Manuel Martínez. El leonés
llevaba desde los Mundiales en sala de Barcelona 95 rondando el
éxito definitivo: cuarto en la ciudad Condal, quinto en París 97,
cuarto en Maebashi 99 y tercero -su primera medalla- en Lisboa 01.
La imagen del leonés escuchando el himno español en lo más alto del
podio con una escolta de lujo (John Godina, triple campeón mundial,
y Yuri Bilonog, campeón de Europa) es todo un lujo para un
atletismo español que ignora todavía sus límites.
España se propuso dos objetivos y alcanzó los dos: ya tiene su primer campeón y un nuevo récord de medallas, seis, un cincuenta por ciento más que el mejor resultado anterior. Y sin embargo, con miras al futuro ha logrado algo más importante: acercar el nivel de sus mujeres al de los hombres, caminando por la senda abierta por Marta Domínguez con el subtítulo mundial de 5.000 metros en Edmonton. La clasificación por puntos al final de los Mundiales en sala situó a España en el cuarto puesto general, sólo por detrás de los Estados Unidos, Rusia y Gran Bretaña; en el tercero en hombres (aquí sólo quedaron por delante estadounidenses y británicos) y lo más sorprendente: sexta en mujeres.
En las ocho ediciones anteriores de los campeonatos, el equipo femenino español había sumado puntos que arrojan una media del decimonoveno puesto, lo cual ilustra con cifras la fulgurante progresión de las atletas españolas. Si hubo en Birmingham un atleta revelación entre los 27 del equipo español, lo fue, sin duda, la cántabra Ruth Beitia, que terminó quinta en la final de altura con su actual récord de España (1,96) y llegó a soñar, incluso, con la medalla. Su dedicación plena al atletismo empieza a darle sus frutos. También hubo borrones en el cuaderno de Birmingham, uno de ellos de dimensiones siderales. Los aficionados más viejos no recuerdan un ridículo semejante (los dos últimos) en una final de 1.500 metros, prueba fetiche en el atletismo español como recordó el presidente de la Federación Española, José María Odriozola.
El renacido Roberto Parra, ex campeón de Europa de 800 en sala, no acaba de tomarle la medida a los 1.500, y Juan Carlos Higuero volvió a ofrecer su peor cara, la del atleta atenazado por los nervios que comete errores tácticos impropios de su ya considerable experiencia. Rafael Blanquer, uno de los técnicos españoles más prestigiosos, esperaba tener a más de un campeón mundial en Birmingham pero la realidad le desmintió ofreciéndole, a partes iguales, luces y sombras. Lamela y Alozie brillaron con sus medallas de plata; David Canal (eliminado en semifinales de 400) y Conchi Montaner -novena y última en longitud- dejaron una paupérrima impresión.
La atleta vallisoletana Mayte Martínez reflejó, tal vez, el prototipo del nuevo atleta español, aguerrido, ambicioso, sin complejos, irrespetuoso con las grandes figuras. Su pulso ganador con la plusmarquista mundial de 800 metros, la eslovena Jolanda Ceplak, y sus dos récords muestran el camino a seguir al resto de sus compañeras de equipo.