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BARCELONA
Si hay un nexo de unión entre Carlos Moyà y Rafael Nadal sin duda
es la ambición. A ninguno le basta alcanzar la final porque ser el
número dos no es suficiente. Su inconformismo les ha llevado a ser
referencia en el deporte de la raqueta. La recuperación de Moyà y
la emergencia de Nadal van a permitirles coincidir en muchas
ocasiones a partir del próximo curso. Mallorca va a disfrutar. Que
tiemble el mundo.
El debate sobre el mejor jugador nacional está sujeto a demasiadas interpretaciones subjetivas. Lo que sí es un dato objetivo es que el único tenista español que ha sido número uno es Carlos Moyà. La cima es su hábitat natural, pero una inoportuna lesión de espalda le ha obligado a pasar dos temporadas en el infierno. Ahora su tenis vuelve a ser el del 98 y 99 y los resultados vuelven a acompañar. Ha sumado cuatro títulos este año (Acapulco, Bastad, Umag y Cincinnati) pero quiere más. Afronta la recta final de temporada a buen nivel y quiere sacarse el pasaporte para Shangai.
La progresión de Rafael Nadal ha sido meteórica. Se despidió del tenis juvenil proclamándose campeón del mundo cadete con el equipo español y en menos de un año jugando torneos ATP ya se ha colocado el 357. Le quedan tres meses para continuar acumulando puntos, y el próximo curso comenzará a coincidir con Moyà y compañía.
El futuro del tenis mallorquín se presenta apasionante. Nadal no es relevo de Moyà porque en un año se va a plantar con los mejores del mundo. Les quedan varios años conviviendo en la cima, pero su ambición no desemboca en rivalidad. Su relación es muy buena. Comparten entrenamientos y han construido una sólida amistad. De todos modos ellos saben mejor que nadie que los amigos se quedan fuera de la pista.