El Real Mallorca sigue confirmando su trayectoria ascendente de cara a afrontar con garantías el inicio del campeonato regular. Todo lo contrario a lo sucedido el pasado año donde el estrés de la previa de la Liga de Campeones, el trabajo físico sin fundamento y el escaso conocimiento de la plantilla por parte de Bernd Krauss, desembocaron en una crisis casi eterna y que acabó con dos entrenadores y con el equipo una hora y media en Segunda División. Ahora todo es diferente, no hay estridencias y el trabajo llevado a cabo por el equipo técnico es metódico, no se deja nada a la improvisación y también se juega con un factor a favor, el tiempo.
Gregorio Manzano, sin prisa pero sin pausa, junto a Gonzalo Hurtado y Antoni Servera han tenido oportunidad de conocer a sus futbolistas y poder poner en práctica sus métodos de trabajo así como saber en todo momento dónde y cuándo cada futbolista puede dar lo mejor de sí. Los experimentos no van con Manzano, conservador y clásico aunque eso no significa que sus métodos no sean los adecuados.
Mientras tanto, la plantilla convive con la paz interna, quizás incluso esta temporadas se pueda regresar a aquel vestuario entrañable donde, primero se era colega y después futbolista. Eso sí, sólo con alguna excepción pero que ya el propio grupo se encargará de poner en su sitio o, en su caso, de marginar sin que para ello el rendimiento sobre el terreno de juego se pueda ver mínimamente afectado.
El entorno que vive el vestuario sólo se ha visto alterado por los culebrones inevitables por estas fechas y que han visto en las figuras de Ibagaza y Luque a los dos claros protagonistas. Uno de ellos ya tiene asumida su situación, es Ibagaza, aunque no ampliará su contrato hasta el día después de la finalización del plazo de inscripciones.
Por contra, quien lo lleva peor es el catalán, Albert Luque, que por cierto ha vuelto a contratar los servicios del que fue su representante, Manel Ferrer, que presenció, junto a su padre Rafel, el Trofeo Carranza.