José Antonio Diego SEÚL
La marea roja, devoradora implacable de equipos europeos, puso
rumbo hacia Alemania tan pronto como el capitán Hong Myung-bo marcó
en el estadio de Gwanju el penalti decisivo que dejó a España fuera
del Mundial. Formada con la primera victoria de Corea en un
Mundial, el 4 de junio pasado contra Polonia (2-0), la marea roja
se ha convertido en un fenómeno de masas, un espectáculo visual que
involucra a todos los sectores de la sociedad coreana.
Los coreanos están imbuidos de la certeza de estar asistiendo al mayor logro conseguido por la nación en toda su historia. Su presidente, Kim Dae-jung, aseguró que el día de la victoria sobre España fue «el más feliz» desde los tiempos de su legendaria fundación, hace 5.000 años.
Además de una banda de rock alternativo nicaragüense, la marea roja era, hasta ayer, «un fenómeno natural producido por la concentración, bajo ciertas condiciones ambientales, de ciertos organismos componentes del plancton que cambian la coloración del agua gracias a los pigmentos con los que captan la luz solar». La concentración de aficionados coreanos (diablos rojos) en las calles y plazas del país (más de trece millones en cinco partidos) ha creado una nueva acepción del término que nadie sabe si perdurará en los diccionarios del fútbol o se extinguirá en el tiempo. La marea roja auténtica constituye un grave problema de salud pública (intoxicación, diarreas, amnesia, parálisis, muerte en casos graves) para el que los científicos no han encontrado antídoto. Sólo la rápida ventilación mecánica puede lavar las toxinas del organismo contaminado. Las víctimas de la marea roja empiezan por sentir una sensación de hormiguero, de adormecimiento, y experimentan posteriormente una pérdida de la fuerza muscular, dificultades respiratorias y para hablar. La muerte sobreviene por parálisis respiratoria.
Los jugadores italianos y españoles debieron sentir algo parecido en sus partidos contra el equipo de Guus Hiddink, a juzgar por la premiosidad de su juego. El efecto del veneno se combinó con la condescendencia arbitral hacia los anfitriones. Alemania se sitúa en el punto de mira de la marea roja. Por el camino quedaron los cadáveres de Polonia, Portugal, Italia y España, que no supieron sobrevivir a la doble amenaza de la resistencia coreana y la inquina arbitral.