Enrique Escande YOKOHAMA
Los miembros de la delegación de Brasil en el Mundial 2002
respiraron hondo ayer y recuperaron el aliento al enterarse de que
Ronaldinho Gaúcho ha sido sancionado con un partido de suspensión
tras su expulsión en el choque con Inglaterra, y no con dos como se
temió desde el pasado sábado.
La pena mínima para las expulsiones es de inhabilitación por un partido, pero Keith Cooper, director de Comunicación de la FIFA, había dicho el sábado que la Comisión de Disciplina del organismo estudiaba la eventual ampliación de la sanción. El anuncio de Cooper creó zozobra entre los brasileños, pero no alcanzó a conmover a los que creen improbable que una decisión de la FIFA vaya a poner en aprietos a determinadas selecciones, y en especial a la de Brasil.
Ronaldinho, una especie de mosca en la leche en el marco del devaluado fútbol que se practica en el Mundial asiático, fue expulsado en la segunda parte del partido contra los ingleses tras ceder un pase-gol a Rivaldo, que igualó transitoriamente el partido (1-1), y después de marcar con un tiro libre el tanto de la victoria (2-1).
La causa fue una falta cometida contra Danny Mills que no pareció ser intencional, pese a que, por la forma de poner la suela de su pie a quince centímetros del piso en oposición al empeine de su rival, podría haberle ocasionado a éste una seria lesión.