El Barça con menos resultados prestigiosos de los último años y el que menos ilusiona entre sus aficionados se ha convertido en la recta final del campeonato en una piedra en el camino del madridismo, ilusionado con revivir una nueva gesta en Europa. El Barça tiene poco a qué acogerse en el octavo mes del campeonato. A pesar de la ligerísima mejoría en su juego, en el entorno del club catalán pocos apuestan por su equipo contra el Madrid.
Ésta es una situación inusual en la entidad catalana, pues por primera vez en muchos años no sólo no parte como favorito en un pulso con un rival, sino que su situación es claramente desfavorable, sobre todo porque el proyecto de la entidad se encuentra entre fuegos y el juego del primer equipo no invita a soñar. Por primera vez, la euforia no ha asomado por la puerta del Camp Nou. Al Barca sólo le queda su escudo, su camiseta y que sus contados buenos jugadores apuesten por sí mismos en un deporte que siempre deja una puerta abierta a lo imposible.
El Barça hace tiempo que malbarató la herencia de club ganador que impuso el equipo que dirigió Johan Cruyff. Ahora, cuando las heridas en el Camp Nou cada vez hacen menos daño por la apatía del entorno, el club pide un último esfuerzo, un poco más de fidelidad porque delante está el gran rival, la hegemonía de éste y poder aguar la fiesta el año del centenario blanco. Ante tantos elementos que juegan en contra del Barça en el pulso contra el Real Madrid, la entidad catalana espera que su equipo se esmere para crecer a la altura del rival, de la competición y de la ronda en la que jugará, después de tantas semanas en las que se ha hablado del Barça en clave de equipo pequeño.