Vicente Engonga Maté nació en Barcelona el 20 de octubre de 1965, pero creció con un balón en los pies en Barreda, el pueblo cántabro de su madre. Ya de chaval empezó jugando al fútbol sala, para pasar luego al Juvenil Sniace y de ahí al Gimnástica de Torrelavega. «En aquella época me fijaba en gente que como Uriona jugaba en el Torrelavega o en gente como Portu o Piru que lo hacían en el Rácing. A mí me gustaba la gente habilidosa, por eso me llamaba la atención a nivel nacional Johan Cruyff», dice. «Del fútbol que contemplaba en televisión recuerdo haber visto jugar el «mister» en la final de la Copa de Europa y el golazo que metió. Luis Aragonés era muy bueno y no era normal ver en aquel tiempo un gol como el que metió de falta», añade.
De la forma de ser de Vicente Engonga da cumplida cuenta este recuerdo de sus vivencias: «El servicio militar me vino bien: un mes en Cartagena, otro en Madrid y un año en El Ferrol, en Infanteria de Marina. Vinieron a buscarme el Rácing de Ferrol y Endesa As Pontes y yo no tenía ganas de hacer la mili y encima entrenar todos los días, así que acepté la oferta de un albañil que venía por el cuartel y me propuso jugar en el O'Val, un pueblo a ocho kilómetros de Ferrol, en la carretera de Cedeira, cuyo equipo militaba en segunda regional. Entrenábamos martes y jueves y jugábamos los sábados. Me pagaban la merienda», cuenta. «La del O'Val ha sido una de las mejores experiencias de mi vida, no sólo por el hecho de jugar a gusto con un grupo de amigos, sino porque tengo la conciencia de que mi vida hasta llegar a Primera División ha sido distinta. Los amigos antes de llegar a Primera considero que son más amigos que los que he conseguido estando en la elite. Cuando eres futbolista de Primera se te acercan por lo que aparentas, no por como eres como persona», añade.
Del O'Val gallego, como si se hubiera doblado de repente el mapa, Vicente Engonga pasó al Spórting Mahonés, en Tercera. Un pequeño paso en su carrera de futbolista, pero una larga zancada en su vida: «El Spórting Mahonés supuso un gran cambio para mí, sobre todo económico, ya que hasta entonces ganaba diez mil pesetas al mes en el Torrelavega, pesetas que dejaba en casa para ayudar a la familia, ya que mientras mis hermanos Julio y Rafael contribuian trabajando de albañiles, mientras jugaban al fútbol, yo estudiaba Electricidad en Formación Profesional», asegura. «En el Spórting Mahonés me trataron muy bien. Éramos cinco de fuera (mi hermano Julio, yo, Àngel Medina, Fernando Bueno y Juanma Quintero) y todos los demás de Menorca. Ascendimos a Segunda B con el Constancia y Atlético Baleares», recuerda. «Estuve cinco temporadas en Mahón. Cuando se acabaron estas cinco temporadas había renovado otros cuatro años por el Sporting Mahonés porque me sentía a gusto, me había casado, mi mujer quedó embarazada y me planteé quedarme en la Isla donde Gaspar Melsión, presidente del club, me ofreció trabajo», añade.
Estando de vacaciones en casa de sus padres, el verano de 1991, el Valladolid le hizo una prueba y fichó: «Jugué 35 partidos, pero lo pasé mal. Primero porque perdí dinero en relación con el Spórting Mahonés, ya que el Valladolid me ofreció dos millones de ficha y en Mahón cobraba medio millón más. Luego porque el ambiente del vestuario estaba muy enrarecido», dice. «Me fui al Celta y pasé dos años muy buenos. En Vigo aprendí que el buen ambiente de vestuario es muy importante para la buena marcha de un equipo de Primera. Del Celta pasé al Valencia, y el cambio económico para mí fue la leche, porque pasé de ganar nueve millones a ganar treinta y cinco. Después vine al Mallorca, donde me siento fenomenal», apostilla Vicente Engonga.