El 1 de noviembre de 2000 figura ya marcado en rojo en el calendario bermellón. El Mallorca jamás había ganado en el Santiago Bernabéu en sus 84 años de historia y, pese al pletórico ánimo que insufló al equipo la victoria del pasado sábado ante el Barça, pocos creían que la tradición fuese a romperse ayer. El primer viso de que la historia iba a dar un giro de ciento ochenta grados se produjo muy pronto. Apenas transcurridos unos segundos de juego, Casillas tuvo que encomendarse a todos los santos para detener una excelente ocasión de Albert Luque, que se quedó solo en el área tras recibir una inteligentísima asistencia de Samuel Eto'o. El calvario del portero merengue no había hecho más que empezar. Cuatro minutos después, tuvo que desviar otro peligroso lanzamiento de Luque (el delantero bermellón se había propuesto no aplazar ni un día más su homenaje a su lesionado amigo Fernando Sanz y enchufaba a la portería madridista todo balón que pasaba por sus botas).
El grupo de Del Bosque no tardó en intuir que la derrota del Barça no fue fruto de una simple mala tarde. Tal vez el Mallorca era más equipo de lo que había indicado la clasificación en las primeras jornadas de liga. Esa sospecha se convirtió en una plena certeza a los diez minutos del segundo tiempo, cuando Ibagaza agradeció a Engonga el soberbio pase que le envió picando el balón por encima de Casillas y rubricando un gol sensacional. El Madrid comenzaba a agrietarse. El equipo blanco, que había quedado en evidencia durante toda la primera parte (con la salvedad de un remate de Raúl al palo, apenas dispuso de ocasiones), quedó fuertemente conmocionado con aquel golpe.
Del Bosque trató de multiplicar el potencial ofensivo de su equipo con una rueda de cambios tan precipitados como ineficaces. La presencia de Savio, Morientes y McManaman no hicieron más que aumentar la desesperación de un equipo que juega muy mal a fútbol cuando aprietan las urgencias. A la vista de la esterilidad de las internadas por banda, el Madrid probó el disparo desde cualquier posición pero ni Roberto Carlos ni Fernando Hierro acertaron a puerta desde fuera del área. Siempre tentativas lejanas, en posiciones forzadas, atenazados por el tiempo, los jugadores blancos trataban desesperadamente de devolver a su cauce el curso de la historia. Pero la historia quiso aliarse con la justicia y se cambió de bando.