El Real Madrid fue fiel a sus raíces y en el estadio Santiago Bernabéu se guardó un minuto de silencio por Guillem Pont, uno de los once madridistas que tuvieron el honor de inaugurar este estadio, el 14 de diciembre de 1947 con un contundente 3-1 frente al Os Belenenses de Lisboa, y fallecido el pasado viernes en Palma a los 79 años de edad.
Los jugadores blancos, además, lucieron brazaletes de luto en homenaje al compañero desaparecido. Bueno, desaparecido, no: Pont vio el partido sentado junto a la diosa Cibeles, la misma que en vida abrazó portando la Copa de España de 1947. Porque eso de ir en procesión a la fuente de la Cibeles es costumbre que viene de lejos para el madridismo. Pont ha sido uno de los tres futbolistas mallorquines que han peregrinado hasta allí para festejar un título del Real. Los otros dos son Manuel Olivares, de Son Servera, campeón de Liga en 1931-32 y 1932-33, y Pau Vidal, de Llucmajor, campeón de Copa en 1947.
Pero si el Madrid llevó el luto, y seguro que alguien en la grada recordaba incluso la vigorosa imagen de Pont, el Mallorca se apropió de su «E.P.» como único modo de intentar algo que siempre se les había resistido a los bermellones: ganar en este estadio. Algo por otra parte que sólo está al alcance de unos pocos privilegiados. Por ejemplo el Milán o el Barça. Y ahora el Mallorca, que supo jugar perfectamente sus bazas y acabar la supuesta «quincena maldita» de forma impresionante: de nueve puntos en juego ante los tres favoritos al título, siete en el zurrón.
En resumidas cuentas, el Mallorca apeló al «Espíritu Pont» para lograr la hombrada y acabar históricamente con el miedo escénico que le producía el Bernabéu, escenario donde anteriormente sólo había logrado dos empates, separados además por veinte años.